sábado, 26 de marzo de 2016

Jóvenes: ¡Protesten!


Escribe: Claudia Cisneros

No dejes que te roben ese derecho. No dejes que te convenzan de que protestar es de extremistas o de resentidos. Que no te amedrenten los corruptos que te señalan. Que no te amilanen los medios de comunicación con sus interesadas o ignorantes preguntas de tipo: ¿son de Movadef? Protesta, joven, protesta. Porque si tú no defiendes lo que es correcto, lo que es justo, nadie más lo hará. Si tú no haces oír tu voz, si no gritas con otros jóvenes en las calles, si no haces sentir tu presencia y presión, nada tendrá opción de cambiar. Todo seguirá igual. 

Vergüenza la de quienes mienten, roban, engañan, abusan de sus posiciones de poder. Cotillo es vergüenza. Vergüenza la de jóvenes periodistas que por ocio o flojera no se dan el trabajo de conocer con más profundidad acerca de algún tema controvertido. Y en cambio meten micro al facilismo de cualquier barrabasada que digan los corruptos, como si eso fuera ser “imparcial” o “equilibrar una nota”. 

Periodista, si dejas que al micro un corrupto engañe sindicando de extremistas a quienes protestan, no estás haciendo tu trabajo, estás ayudando a deformar la realidad, estás promoviendo una estigmatización dañina no solo para la causa específica de esa justa protesta contra la corrupción, sino para la causa general del derecho a la protesta. Un derecho que algún día puede salvar tu vida o la de tu familia. 

Vergüenza la de los periodistas no tan jóvenes, los que dirigen los noticieros, los programas informativos, que dejan que esa estigmatización se haga pública a través de sus programas porque… vende que puedan ser terrucos o porque tienen sus agendas propias. 

Joven, protesta porque solo protestando existes, eres tomado en cuenta, ejerces ciudadanía, defiendes tus derechos y los ideales de la patria cuando estos son ultrajados por la corrupción disfrazada de oficialidad. 

Cuando quien ejerce un poder o autoridad la traiciona; cuando despreciando el bien común usa su autoridad para procurarse un bien particular, su poder pierde legitimidad. Deviene en tirano y la rebelión se legitima. Se defiende ese derecho desde la antigüedad, pasando por el medioevo, la modernidad y hasta la actualidad. Así lo dijo el pensador Tomás de Aquino en su “Gobierno de los príncipes”: “Se ha de proceder contra la maldad del tirano por autoridad pública”; un poco antes, en el siglo XII, Juan de Salisbury en su Policraticus escribió acerca del derecho al tiranicidio como castigo al monarca o rey que viola el derecho.

Y si nos remontamos a la modernidad, el propio patriarca del liberalismo, el contractualista John Locke, postuló no solo el derecho sino el deber de los gobernados de rebelarse contra las autoridades que infringen su mandato. 

Si los liberales peruanos tuvieran alguna pizca de coherencia en sus creencias, no solo aceptarían sino que tendrían que promover la rebelión cuando la autoridad quebrantando la ley se vuelve contra ella, “aquellos que las quebrantan [a la Constitución y las leyes] y justifican por la fuerza esa violación [...] son los verdaderos rebeldes en sentido estricto (…). Así pues, quienes usan la fuerza contra la ley actúan como verdaderos rebeldes, puesto que vuelven a traer el estado de guerra” (Locke, Segundo Tratado sobre Gobierno Civil. 1991: II, 226). Son los traidores y corruptos los que rompen la metáfora del contrato social, y son esos corruptos y traidores los que al romper el pacto con sus actos obligan al estado de guerra: “Pondranse en estado de guerra con el pueblo, quien se hallará en aquel punto absuelto de toda ulterior obediencia”. En este caso, la guerra es una metáfora de la protesta y de la deliberación pública. 


Basta ya de estigmatizar al joven rebelde, inconforme, valiente que ocupando su lugar en la sociedad civil le hace frente al corrupto en el país, en la casa de estudios, en la vida. Son los jóvenes, como los de San Marcos hace unos días y desde hace buen tiempo, quienes se atreven a desafiar al cancerígeno status quo de la corrupción que hace metástasis en cada institución de la nación. Del tiranicidio del medioevo a la resistencia civil de hoy, son los jóvenes quienes tienen la energía, la fuerza, la convicción no corrompida. Ellos son la resistencia. Son ellos los que nos dan un hálito de esperanza.

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