lunes, 31 de diciembre de 2018

Momento del balance del año que se va



Por: Evaristo Chunga Zapata

Al momento de escribir esta nota, faltan escasas horas para que el año 2018 llegue a su fin, un año que empezó cargado de esperanza, de ilusiones, y de grandes expectativas, por lo que es hora de empezar el balance, de iniciar la evaluación, de  emprender la valoración de los 365 días, que a decir de muchas personas el año pasó “volando” sin darnos cuenta.

El año que culmina ha sido muy arduo, de mucho sacrificio para aproximarnos al proyecto de vida de cada uno de nosotros, pero también del proyecto de vida de la familia, del barrio, del distrito, provincia, región y del país. Los resultados de la evaluación del año que se va, será de angustia para algunos, de importante para otros, de tragedia también para ellos, de alegría, paz y bienestar espiritual para la gran mayoría, pero siempre con muchísima fe, porque cada uno de nosotros hace los días diferentes, para bien y mejor de todos, sembrando solidaridad, fe y esperanza.

Un amigo me cuenta que el año que culmina ha sido muy amargo, de mucha angustia y desesperación, porque su madre y su hermana viajaron al infinito, se mudaron a otro mundo, y a ello se suma lo que le ocurrió a una de sus hijas, que fue víctima de un accidente por la imprudencia de un miserable que manipula un vehículo y se cree propietario de calles y pistas. Pero aún a pesar de todo aquello, - me dijo mi amigo -  me siento feliz, porque con la ayuda de Dios logré superar aquellos momentos difíciles.

Culminar el año que se va nos produce mucha alegría, evocamos los momentos difíciles y trágicos, recordamos lo bueno y lo malo, los proyectos que esbozamos. Pero iniciar y recibir el año nuevo significa la posibilidad de fijarnos nuevas metas, constituye la gran oportunidad para hacerlo diferente, por lo que depende de nuestras decisiones, de liberarnos de las cadenas de prejuicios, de penas y lastres, aunque también depende del Creador, depende del Maestro, que camina con nosotros y nos lleva de su mano.

Políticamente ha sido un año de indignación del pueblo peruano al descubrirse con pruebas contundentes la podredumbre en el Ministerio Público, Poder Judicial, Congreso de La República, Partidos Políticos y gobiernos subnacionales. Donde al interior de los Partidos Políticos se han constituido organizaciones criminales, dirigidas por sus dirigentes que en algún momento se presentaron ante el pueblo como los limpios y salvadores del país. Pero también el pueblo peruano reconoce la valía de pocos fiscales y jueces están aplicando la justicia y luchando contra la impunidad.

En este año nuevo, tiemblan los poderosos. Tiemblan los intocables, los dueños del Perú, tiemblan los impresentables llamados congresistas que dirigen el país y llenan sus bolsillos y las cuentas bancarias de sus amigotes, a cambio del hambre y miseria de los que menos tienen. Sin duda que se juntarán, formaran alianzas, se blindarán e iniciarán campañas de desprestigios contra quienes luchan contra la corrupción e impunidad.

Que se escuche una solo voz gritando a los cuatro vientos, que estamos preparados para un año nuevo 2019, que estamos más unidos que nunca, para continuar la lucha y por la defensa de los derechos humanos, por el cambio de esta inerte democracia, por una democracia participativa. Que el año nuevo nos encuentre listos para promover la necesidad de que la población despierte de su letargo y sea protagonista principal en búsqueda de la justicia social, para vivir con dignidad, pero sobre todo para sepultar el sistema que profundiza cada día las desigualdades e inequidades.

Por un mejor y productivo año 2019

lunes, 15 de octubre de 2018

Elemental, mi querido Watson


“Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”

Filósofo surcoreano Byung-Chul Han


El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo, explica en Barcelona sus críticas al “infierno de lo igual”

Las Torres Gemelas, edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O la gente practicando binge watching(atracones de series), visualizando continuamente solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o el otro... Son dos de las potentes imágenes que utiliza el filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), uno de los más reconocidos diseccionadores de los males que aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal tras la caída del muro de Berlín. Libros como La sociedad del cansancioPsicopolítica o La expulsión de lo distinto (en España, publicados por Herder) compendian su tupido discurso intelectual, que desarrolla siempre en red: todo lo conecta, como hace con sus manos muy abiertas, de dedos largos que se juntan mientras cimbrea una corta coleta en la cabeza.

“En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”, alertó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde el profesor formado y afincado en Alemania disertó sobre la expulsión de la diferencia. Y dio pie a conocer su particular cosmovisión, construida a partir de su tesis de que los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el desierto, o el infierno, de lo igual”.

Autenticidad. Para Han, la gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.

Autoexplotación. Se ha pasado, en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es “la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.

‘Big data’.“Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual... Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”. ¿La revuelta pasaría por dejar de compartir datos o de estar en las redes sociales? “No podemos negarnos a facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas... Hay que ajustar el sistema:

El ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos... ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre? En EE UU hemos visto la influencia de Facebook en las elecciones... Necesitamos una carta digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.

Comunicación. “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”.

Jardín. “Yo soy diferente; estoy envuelto de aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El jardín secreto. La tierra es más que dígitos y números.


“El periodismo se hace a pie, si no, no has hecho nada”




La reportera y escritora mexicana recibirá este viernes el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

A pocas calles de la casa donde vivió durante años, frente al Parque México de la colonia Condesa, Alma Guillermoprieto (Ciudad de México, 1949) disecciona un plato de enchiladas con la misma precisión con la que escribe desde hace 40 años. Es su desayuno este viernes soleado de septiembre, días antes de que viaje a España, donde el próximo 19 de octubre recibirá el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. El jurado destacó su “profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica” y su escritura "clara, rotunda y comprometida, que representa los mejores valores del periodismo en la sociedad contemporánea".
Guillermo Prieto, que recibió en 2017 el Ortega y Gasset a su trayectoria, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios anglosajones como The New Yorker, The New York Review of Books, The Guardian o The Washington Post y sus crónicas han quedado plasmadas en libros como Al pie de un volcán te escribo o Desde el país de nunca jamás. Exbailarina, dejó la danza y comenzó a escribir en Nicaragua, en la época en que encandilaba la revolución sandinista, hoy distorsionada y a donde quiere regresar cuando las altas temperaturas den una tregua. Esta reportera –prefiere considerarse así, no periodista- confiesa que si con algo no puede es con el trabajo de oficina y con las sesiones de fotos, por lo que ruega no someterse a una para esta entrevista.

Pregunta. ¿Qué le sirvió de la danza a la hora de escribir?
Suena muy mamón, pero yo trato de convertirme en antena. No es que trate de mirar con cuidado o escuchar con cuidado. Trato de convertirme como en un aparato de captación
Respuesta. Me pasé años diciendo que nada, que no había ninguna compatibilidad y eso me permitió realmente dejar atrás la danza. Nada te ocupa tan intensamente, pero el periodismo exige mucho. Me gustó que fuera casi tan exigente como la danza. Me gusta sentir que estoy haciendo algo que nunca he hecho, y en el periodismo, nunca es parecido un día a otro. La danza es la disciplina más exigente que existe. El esfuerzo puramente físico que he requerido, creo que me lo dejó la danza, porque mira que le he caminado a esta disciplina.
P. ¿El periodismo se hace caminando?
R. Sí, a pie. Si no, no has hecho nada. Caminando y dándole el tiempo que se necesita. Yo he tenido el lujo de poder ser freelance y escribir en la época próspera de los medios. De poderle dedicar un mes a una nota o un año a mi primer libro.
Lo que más asombra a mis colegas latinoamericanos, lo que los deja con la boca abierta, es la tradición del fact checking.
P. Los medios han cambiado mucho. ¿Se siente alejada del periodismo que se hace ahora?
R. Me siento alejada, pero no necesariamente por esa razón, sino porque soy una persona que lleva cuarenta años en esto. En determinado momento ganarse la vida como reportera fue tan imposible como para cualquiera. Pasé años dando clases, sin dejar de reportear nunca. Creo que ya estamos al final de ese ciclo y si algo tengo claro es que el periodismo es indispensable. Como es indispensable y un oficio enamorador, surgirán nuevos medios. De hecho, están surgiendo. No sé si en todo el mundo, pero se ha vuelto como chic para los multimillonarios tener un medio. Bueno, se agradece esa pasión por estar a la moda.
P. Hace poco la escuché decir que el periodismo es para los jóvenes. ¿Por qué?
R. Porque se requiere una cantidad de energía como en pocos oficios. Y porque es necesario sorprenderse cada vez. En mi caso, me resulta cada vez más difícil porque ves mucho mundo.
P. ¿Ya no se sorprende?
Tengo miedo de que no seamos capaces de desarrollar con la velocidad suficiente las instituciones y las innovaciones científicas y tecnológicas que nos permitan construir un futuro más equitativo y amable
R. Cuando me sorprendo trato de hacer una historia.
P. ¿El asombro tiene límites?
R. Yo creo que hay dos cosas que no se pueden cultivar: la curiosidad y la capacidad para redactar. O tienes en el cerebro el chip sintáctico o no te lo podemos todavía insertar.
P. Con 13 años tenía ya una amplia correspondencia. ¿A quién escribía, qué contaba?
R. A mí también me gustaría saberlo, porque tengo las cartas que me enviaban, pero no las que yo envíe. Escribía a mis compañeros de danza, a artistas, pintores, compositores que conocía. Era una niña muy precoz. Siempre me sentí fea, antipática, rechazada, pero mirando hacia atrás esa correspondencia, digo: “Mmmm, no”.

P. ¿El cuaderno le liberaba?

R. Ajá. A los tímidos el cuaderno los liberó del ego, porque la timidez también es una forma de ego. Uno está muy obsesionado consigo mismo.

P. ¿El periodismo necesita más cuadernos y menos egos?

R. Sí, pero yo siempre tengo fe. Yo no me considero periodista, me considero reportera. Esos son mis colegas, los que salen con el cuaderno al mundo. Los periodistas son los que hacen columnas, los editores son periodistas… No lo digo con desprecio en absoluto, sino que los reporteros somos otra cosa.

P. Empezó a reportear en Nicaragua hace cuarenta años. ¿Qué le sedujo?

R. Me sedujo irresistiblemente la posibilidad de ser optimista. Yo había salido de mi experiencia como profesora de danza en Cuba, totalmente revolucionaria, el puño en alto…Para la gente de mi generación con esa fe revolucionaria, el golpe en Chile fue realmente traumático. Nicaragua retomó la posibilidad del optimismo. Ese fue el imán que me llevó allí.

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P. ¿Cuándo sintió que por primera vez la leían?

R. Sería como septiembre de 1979.

P. Estuvo un año escribiendo sin ser consciente de que la leían.

R. Para mí la ecuación no pasaba por los lectores. La ecuación era tener la oportunidad de ver y de vivir esa experiencia y escribir lo mejor que podía. Casi como un proceso metabólico, ver y escribir. Luego estaba todo ese ritual extraño de que te llamaran a las cinco o las seis de la mañana para pedirte la nota y dictarla o ir a buscar un teletipo medio clandestino que tenía Efe. Yo no tenía la dimensión de los lectores. Para mí fue un tema ético descubrir que del otro lado de la ecuación no estaban ni siquiera las víctimas y mucho menos los guerrilleros sandinistas, que a quien a mí me tocaba serle fiel era a los lectores, porque finalmente eran ellos quienes estaban pagando.

P. ¿Cómo se dio cuenta?

R. Los editores de The Guardian me invitaron a Londres, querían conocerme. Había estado en la primera plana del periódico durante un año. E hice el ridículo. Yo era una persona de ingresos muy modestos. Entonces, llegué con mi ropa de guerra porque no tenía otra, no por hacer el show. El almuerzo era en el salón privado del director, no sabía ni qué cubierto había que usar, estaba totalmente cohibida. Pensaba que The Guardian era un pasquín delirante de izquierda y dije algo como que “lo bueno es que uno puede apoyar sin tapujos las buenas causas o las causas revolucionarias”, algo así. Entonces, el editor, casi se traga del susto la cuchara del cóctel. Me acuerdo perfectamente del menú, era un coctel de gajos de toronja, con aguacate, con almendras, gigante. Se me hacía lo más sofisticado. Después, en uno de esos camiones [autobuses] de dos pisos de Londres, una viejita se sentó a mi lado en el segundo piso y me empezó a preguntar que quién era, de dónde venía, qué hacía. “Ah, ¿escribes para The Guardian?, ‘ah, ¿desde dónde?’, ‘desde Nicaragua’, ‘¿cómo te llamas?’, ‘me llamó tal’, y ella me reconoce y me cuenta la emoción con la que me ha estado leyendo y me habla de esos muchachos sandinistas tan valientes… Yo me doy cuenta de que ella ve Nicaragua por mis ojos. Eso me lleva a entender la enorme responsabilidad ética que yo tengo. Si ella ve por mis ojos, yo no la puedo traicionar.

P. ¿Qué diferencia al periodismo en español del anglosajón?

R. Diría que lo que más asombra a mis colegas latinoamericanos, lo que los deja con la boca abierta, es la tradición del fact checking. Incluso, la ofensa que puede causar. En mi primer taller tuve tres reporteros que son ahora figuras de autoridad en el periodismo, sobre todo colombiano, que se negaron rotundamente a que yo les revisara línea por línea sus textos porque eso era humillante. Sentían que lo que escribían era intocable.

P. Usted también tuvo roces con editores, sobre todo cuando trabajó en The Washington Post.

R. Fue un choque cultural porque The Guardian se parecía más al modelo latinoamericano. Esta idea del Washington Post de que tú podías ser muy importante como reportera de Centroamérica y haber creado muchas primeras planas, pero que llegabas al Post y te tocaba reportear algo local, a mí me escandalizó. En parte porque yo pensaba: "Yo soy más importante que eso". Seguramente podría haber aprendido más de la experiencia si no me hubiera parecido tan humillante, pero me pareció humillante.

P. ¿Se arrepiente de ello?

R. Creo que es la primera vez que lo estoy pensando. Me acuerdo que cuando salí del Mozote, en El Salvador y regresé a Tegucigalpa, iba muy enferma, muy lastimada de una pierna, muy agotada, con fiebre y no habían publicado el texto que había mandando. Había convencido a la guerrilla de que mandaran un correo especial porque yo sabía que el New York Times me estaba ganando la nota y que una vez que el Times publicara, el Post no lo iba a hacer. Llegué a Tegucigalpa y cuando hablé al periódico, se puso al teléfono el editor de Internacional y me interrogó durante 40 minutos, línea por línea sobre mi texto. Me sentí ofendida, enojada, humillada, furiosa de que me hubieran hecho pasar por eso. Anoche pensé por primera vez: ‘Pues claro, claro que no iban a publicar una nota explosiva, iban a cuestionar el poder del gobierno y tenían que estar seguros de lo que yo decía’. Obviamente hoy haría yo lo mismo, pero en ese momento yo era una novata.

P. ¿Le ayudó escribir para medios extranjeros?

R. Sí, me ayudó a tomar distancia y la distancia es necesaria. Sí, fue una gran ayuda y creo yo que si hoy en día me leen en español es porque, como tanto se dice, el pasado es otro país. Yo no he sido solo traductora de América Latina hacia Estados Unidos, sino que también hoy día soy traductora del pasado para los lectores de hoy.

P. ¿Qué es clave para usted a la hora de reportear?

R. Pues, suena muy mamón, pero yo trato de convertirme en antena. No es que trate de mirar con cuidado o escuchar con cuidado. Trato de convertirme como en un aparato de captación. Mi gran peligro es que soy muy empática. Creo que los entrevistados más sagaces, digamos, lo captan perfectamente y se aprovechan de eso. Cuando he cometido errores ha sido por eso. Yo soy una gran manipuladora como entrevistadora, pero creo que también los entrevistados saben manipular.

P. Viendo la situación de Nicaragua, donde empezó a reportear; de su país, México o de Colombia, donde vive y donde el proceso de paz parece que naufraga. ¿Está condenada América Latina a vivir en un déjà vu constante de violencia?

R. Detesto la palabra condenado porque me parece que eso implica una precondición genética o psicológica. Tengo miedo de que no seamos capaces de desarrollar con la velocidad suficiente las instituciones y las innovaciones científicas y tecnológicas que nos permitan construir un futuro más equitativo y amable.