Escribe Jorge Manco Zaconetti ( Investigador de la UNMSM)
CHILE Y ARGENTINA CON MODELOS DIFERENTES
CHILE Y ARGENTINA CON MODELOS DIFERENTES
En América Latina, una exitosa intervención del Estado en la economía,
con un modelo de desregulación, apertura y libre competencia, lo constituye la
experiencia chilena, que con dos empresas estatales en sectores estratégicos
como la minería y los hidrocarburos garantiza una efectiva regulación y mayores
ingresos fiscales.
Así, con Codelco mantiene el liderazgo mundial en
la producción de cobre con una fuente de acumulación interna del excedente
económico reconocido como renta minera. Por otro lado, con la Empresa Nacional
de Petróleo (Enap) de Chile, que explora y explota también fuera de sus
fronteras, busca incrementar sus reservas y producción de hidrocarburos en el
marco de un proyecto nacional de desarrollo articulado a la economía mundial.
Enap, por medio de su empresa filial Sipetrol,
realiza actividades de exploración/explotación en Ecuador, Argentina y Egipto,
que sumadas a la producción interna totalizan 47 mil barriles diarios de crudo
en 2011, insuficientes para satisfacer el mercado interno que demanda más de
300 mil barriles diarios.
Es más, con inversiones de 264 millones de dólares
en 2011 intentó incrementar las reservas de crudo, para alcanzar en el largo
plazo la seguridad energética.
Con el control estatal eficiente de sus refinerías
de Aconcagua y de Bío Bío modernizadas para la producción de combustibles
ambientalmente limpios, pues producen desde inicios de la década pasada
combustibles con 50 partes por millón de azufre, mientras nosotros seguimos
produciendo diésel con 2,500 partes de millón de azufre, con altos costos
ambientales que se superarán con la modernización de las refinerías de Talara,
de Petroperú, y de La Pampilla-Repsol en 2015.
Desde 2004 nuestro vecino atraviesa una severa
crisis energética ante los problemas de abastecimiento de Argentina, que tuvo
que restringir las exportaciones de gas hacia Chile que se venían
desenvolviendo como negocios privados desde fines de la década de 1990. Durante
el primer gobierno del presidente Néstor Kirchner se regularon los precios del petróleo
y gas a nivel interno, fijando el precio del crudo a menos de 40 dólares el
barril, lo cual se tradujo en una disminución de la producción y de las
reservas de petróleo y gas.
El gobierno argentino obligó a las empresas
privadas a una reducción de las exportaciones que de 900 millones de pies
cúbicos diarios disminuyeron a menos de 100 millones. Esta tensa relación se
expresa actualmente en las contradicciones del actual gobierno argentino con
Repsol y con la nacionalización de las acciones de la transnacional española en
la empresa YPF, la principal empresa petrolera de Argentina.
En Chile, la cultura del gas y la supuesta
seguridad de la interconexión gasífera con su vecino transandino estimularon la
construcción de una serie de gasoductos internacionales e internos que
atraviesan su territorio de norte a sur. Así, en la Zona Norte la extensión de
su red de tubería superan los 2,345 kilómetros. En la zona Centro totalizan los
1,403 kilómetros y en la Zona sur de Magallanes, los 842 kilómetros. Es decir,
nuestro vecino no tiene gas, pero posee una formidable red gasífera.
Por ello, la intervención del Estado desde 2004
apostó por la seguridad energética, teniendo a las empresas estatales Enap y
Codelco como las principales impulsoras, en alianza con empresas privadas, en
la construcción de dos plantas de regasificación (Gran Norte y Quintero); es
decir, la conversión del gas licuefectado importado de cualquier parte del
mundo en gas natural, para que pueda alimentar los diversos gasoductos que
atraviesan su territorio y superar la dependencia del gas proveniente de
Argentina.
Desgraciadamente, en nuestro país se reproducen
discusiones bizantinas sobre la intervención del Estado, por medio de
Petroperú, en el financiamiento del Gasoducto Andino del Sur, lo que minimiza
las extraordinarias posibilidades y efectos multiplicadores que ello tendría en
la economía del país en su conjunto.
La
seguridad energética, la masificación del gas natural, la apuesta por las
políticas de valor agregado y la petroquímica, el desarrollo regional y la
lucha contra la pobreza, demandan una participación sensata y promotora del
Estado en el Gasoducto del Sur Andino, para superar la "herencia
colonial" y las profundas fracturas sociales existentes en nuestro país.
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