Por:
Graziella Pogolotti
Por mi
edad avanzada, no llegué a ser pionera, no tuve pañoleta y no aprendí a decir
«Seremos como el Che». Lo vi de cerca una sola vez. Se limitó a comentar: «Aquí
se trabaja».
Sin dejar
de admirar la envergadura de su acción heroica y la consecuencia entre sus
palabras y sus actos, me atrevo a llamarlo amigo porque su dimensión de ser
humano lo convierte en alguien tan querido como si lo hubiera conocido siempre.
En medio de los grandes conflictos de la contemporaneidad, lo evoco
constantemente. Algunos lo calificaron de romántico por entregarse de lleno a
un ideal. De ser así, buena falta nos hace una dosis de romanticismo.
Tuvo un
imprescindible costado realista. Así lo demostró en su trabajo al frente del
Ministerio de Industrias, según lo atestiguara Orlando Borrego, entonces
vicetitular y colaborador cercano del Che. Había que fundar, organizar y
educar. A tenor del panorama de la época, reclutó a administradores que apenas contaban
con un sexto grado. Para combatir el desempleo crónico y la dependencia del
monocultivo azucarero, adquirió fábricas donde pudo, en los países socialistas,
con plena conciencia del atraso técnico de algunas de aquellas instalaciones,
nunca para subordinar al hombre a la máquina, sino para ponerla al servicio de
un proyecto social.
Contaba el General de Ejército, Presidente Raúl Castro, que en los difíciles momentos iniciales de la lucha en la Sierra Maestra, el Che comenzó a procurarse libros, El Estado y la Revolución, de Lenin, y un manual de álgebra, entre otros.
Contaba el General de Ejército, Presidente Raúl Castro, que en los difíciles momentos iniciales de la lucha en la Sierra Maestra, el Che comenzó a procurarse libros, El Estado y la Revolución, de Lenin, y un manual de álgebra, entre otros.
Estudiar
era un disfrute y, sobre todo, una necesidad práctica para todo combatiente por
la transformación de la sociedad. Así lo conculcó a cuantos estuvieron a su
lado. Obra consciente de los hombres, el socialismo requería un permanente
trabajo educativo a través de los libros como factor importante de un concepto
humanista centrado en principios éticos irrenunciables. Cuando se imponía
aplicar una sanción, la persona no quedaba abandonada a su suerte. Un puntual
seguimiento aseguraba su reintegración a la tarea, limpio de cargos y de
cuentas pendientes. Buscó infatigablemente su verdad y la de su tiempo. Impulsó
esa urgencia íntima en quienes lo rodearon. Insistió en la superación permanente
de los trabajadores. Ajeno a la retórica vacía, sus discursos y sus escritos
fueron siempre un vehículo de análisis y reflexión.
Sagaz,
supo medir el valor de los hombres. Recién llegado a La Cabaña, se le presentó
un soldado del ejército de Batista. Por haber pertenecido a aquella tropa,
solicitaba su licenciamiento. Cuenta Borrego que el Che le preguntó por la
función que había desempeñado: «Mecanógrafo», contestó el militar.
«Necesito uno», dijo el comandante, «quédate conmigo». Poco
después, el militar insistió en marcharse para ayudar a un hermano
campesino. «Muéstrame tus manos», insistió Guevara y añadió: «No
podrás resistir mucho tiempo. Regresa en tres meses si quieres buscar otro
empleo». Así fue y el hombre se convirtió en el fidelísimo secretario
del Che.
Vencedor de sus asesinos, su mirada en la célebre foto de Korda, tampoco ha podido ser manipulada por el consumismo devorador de valores. Soñadora y pensativa, saluda más allá del horizonte visible, sigue convocando a la esperanza para quienes desentrañaban en el presente las señales del porvenir. De sólida formación humanista, herido y solitario después de la derrota de Alegría de Pío, creyó inminente su final. La memoria de un relato de Jack London vino en su ayuda. Resistió y sobrevivió.
Han
transcurrido más de cuatro décadas desde su caída. Lo siento a mi lado, siempre
compañero y amigo, cuando trato de entender el mundo que nos rodea, no solo
porque en Bolivia hay un presidente latinoamericanista, salido de lo más
profundo de nuestros pueblos originarios, sino debido a que supo percibir los
peligros internos anunciadores del derrumbe del socialismo real. Vía de
redistribución de la riqueza, el salario no puede convertirse en fórmula
mercantilizadora del trabajo humano. Desde el Ministerio de Industrias, el Che
se esforzó por sentar las bases de un creciente bienestar del pueblo.
Comprendió también que había que propiciar la maduración de un ser humano
diferente, protagonista y partícipe.
Dejó
atrás el manualismo simplón. Entendió la complejidad de los fenómenos de la
permanente interacción entre factores objetivos y subjetivos porque había
vivido la doble experiencia de la evolución guatemalteca y de la evolución
cubana, porque no recorrió los países socialistas de entonces como turista pacotillero,
sino como observador analítico entrañablemente comprometido con similar
propósito de transformación social.
De
estirpe martiana, colocó los principios éticos en el centro de su proyecto
humano y social. Andaba de prisa porque el tiempo le faltaba. Apretaba con
fuerza las espuelas en el cuerpo macilento de Rocinante. Dictó en Argel, en una
noche de intenso trabajo, El socialismo y el hombre en Cuba. Tanta fue la
síntesis que no logró explicar a fondo su concepción de hombre nuevo, mal
traducida por muchos revolucionarios y manipulada por sus detractores. Nada más
distante del Che que una vulgar moralina de raigambre pequeño-burguesa.
Demasiado ruda, la metáfora del olmo y las peras laceró a numerosos
intelectuales. Habría que considerarla en el contexto de su pensamiento
disperso en una documentación nacida de situaciones coyunturales. No podemos
ser guardianes de un panteón.
Hay que
divulgar sus obras completas. En lo personal, parafraseando a Fidel en ocasión
de su llegada al entonces campamento de Columbia, me apremia la necesidad de
volverme y preguntar: «¿Voy bien, Guevara?».
Fuente: Juventud
Rebeldee
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