Leonardo Boff
Hoy, para cuidar de la Tierra, como nos
sugirió detalladamente el Papa Francisco en su encíclica “Cuidado de la Casa
Común”, se exige «una conversión ecológica global», «cambios profundos en los
estilos de vida, en los modelos de producción y de consumo, en las estructuras
consolidadas de poder» (nº 5). Este propósito jamás será alcanzado si no amamos
efectivamente a la Tierra como nuestra Madre y sabemos renunciar y hasta sufrir
para garantizar su vitalidad para nosotros y para toda la comunidad de vida (nº
223). La Madre Tierra es la base que sustenta y alimenta todo. Nosotros no
podemos vivir sin ella. La agresión sistemática que ha sufrido en los últimos
siglos le quitó el equilibrio necesario. Eventualmente podrá seguir adelante
durante siglos, pero sin nosotros.
El 13 de agosto de este año fue el Día
de la Sobrecarga de la Tierra (The Overshoot Day), día en que se
constató la superación de la biocapacidad de la Tierra para atender las
demandas humanas. Necesitamos 1,6 planetas para satisfacerlas. En otras
palabras, esto demuestra que nuestro estilo de vida es insostenible. En ese
cálculo no están incluidas las demandas de toda la comunidad de vida. Esto
vuelve más urgente nuestra responsabilidad por el futuro de la Tierra, el de
nuestros compañeros de recorrido terrenal y de nuestro proyecto planetario.
¿Cómo cuidar de la Tierra? En primer
lugar hay que considerar a la Tierra como un Todo vivo, sistémico, en el cual
todas las partes son interdependientes y están inter-relacionadas. La
Tierra-Gaia fundamentalmente está constituida por el conjunto de sus
ecosistemas, con la inmensa biodiversidad que existe en ellos, y con todos los
seres animados e inertes que coexisten y se interrelacionan siempre, como no se
cansa de afirmar el texto papal, muy en la línea del nuevo paradigma ecológico.
Cuidar de la Tierra como un todo
orgánico es mantener las condiciones prexistentes desde hace millones y
millones de años que propician la continuidad de la Tierra, un super-ente vivo,
Gaia. Cuidar de cada ecosistema es comprender las singularidades de cada uno,
su resiliencia, su capacidad de reproducción y mantener las relaciones de
colaboración y de mutualidad con todos los demás, ya que todo está relacionado
y es incluyente. Comprender el ecosistema es darse cuenta de los desequilibrios
que pueden ocurrir por interferencias irresponsables de nuestra cultura, voraz
de bienes y servicios.
Cuidar de la Tierra es principalmente
cuidar de su integridad y vitalidad. Es no permitir que biomas enteros o toda
una vasta región sea deforestada y así se degrade, alterando el régimen de
lluvias. Es importante asegurar la integridad de toda su biocapacidad. Esto
vale no solo para los seres orgánicos vivos y visibles, sino principalmente
para los microorganismos. En realidad son ellos los ignotos trabajadores que
sustentan la vida del Planeta. Nos dice el eminente biólogo Edward Wilson que
«en un solo gramo de tierra, o sea, menos de un puñado, viven cerca de 10 mil
millones de bacterias, pertenecientes hasta a 6 mil especies diferentes» (La
creación, 2008, p. 26). Por ahí se demuestra, empíricamente, que la Tierra
está viva y es realmente Gaia, un superorganismo viviente y nosotros, la
porción consciente e inteligente de ella.
Cuidar de la Tierra es cuidar de los “commons”,
es decir, de los bienes y servicios comunes que ella gratuitamente ofrece a
todos los seres vivos como agua, nutrientes, aire, semillas, fibras, climas
etc. Estos bienes comunes, precisamente por ser comunes, no pueden ser
privatizados y entrar como mercancías en el sistema de negocios, como está
ocurriendo velozmente en todas partes. La Evaluación de los Ecosistemas del
Milenio, inventario pedido por la ONU hace unos años, en la cual participaron
1.360 especialistas de 95 países, revisados por otros 800 científicos,
arrojaron resultados aterradores. De los 24 servicios ambientales esenciales
para la vida, como agua, aire limpio, climas regulados, semillas, alimentos,
energía, suelos, nutrientes y otros, 15 estaban altamente degradados. Esto
muestra claramente que las bases que sustentan la vida están amenazadas.
De año en año, todos los índices van
empeorando. No sabemos cuando va a parar ese proceso destructivo o si se
transformará en una catástrofe. Si hubiera una inflexión decisiva como el
temido “calentamiento abrupto”, que haría que el clima subiese de 4 a 6 grados
centígrados, como advirtió la comunidad científica norteamericana, conoceríamos
destrucciones apocalípticas que afectarían a millones de personas. Confiamos en
que todavía vamos a despertar. Sobre todo creemos que “Dios es el Señor
soberano amante de la vida” (Sb 11,26) y no dejará que suceda semejante armagedón.
Cuidar de la Tierra es cuidar de su
belleza, de sus paisajes, del esplendor de sus selvas, del encanto de sus
flores, la diversidad exuberante de seres vivos de la fauna y de la flora.
Cuidar de la Tierra es cuidar de su
mejor producción que somos nosotros, los seres humanos, hombres y mujeres
especialmente los más vulnerables. Cuidar de la Tierra es cuidar de aquello que
ella a través de nuestro genio ha producido en culturas tan diversas, en
lenguas tan numerosas, en arte, en ciencia, en religión, en bienes culturales
especialmente en espiritualidad y religiosidad, por las cuales nos damos cuenta
de la presencia de la Suprema Realidad que subyace a todos los seres y nos
lleva en la palma de su mano.
Cuidar de la Tierra es cuidar de los
sueños que ella suscita en nosotros, de cuyo material nacen los santos, los
sabios, los artistas, las personas que se orientan por la luz y todo lo que de
sagrado y amoroso ha surgido en la historia.
Cuidar de la Tierra es, finalmente,
cuidar de lo Sagrado que arde en nosotros y que nos convence de que es mejor
abrazar al otro que rechazarlo y que la vida vale más que todas las riquezas de
este mundo. Entonces ella será realmente la Casa Común del Ser.
http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=726
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