Escrito
por: Alejandro Cavero Alva 2015
Hace algunas semanas, el
candidato presidencial Alan García propuso la creación de un “canon comunal”
que otorgue una transferencia directa de dinero de una parte de los fondos del
canon minero a las comunidades campesinas de las zonas de influencia de los
proyectos. Si echamos un primer vistazo, podría parecer una propuesta
innovadora y positiva para solucionar la enorme conflictividad que existe entre
las comunidades campesinas y las empresas mineras debido a que las primeras no
sienten que el desarrollo y prosperidad de los proyectos las benefician de
alguna manera. Sin embargo, esta propuesta, por las razones que explicaremos a
continuación, podría terminar siendo más nociva que la enfermedad que se busca
curar.
Primero, en búsqueda de una
supuesta reivindicación campesina, aquí no se está proponiendo la verdadera
privatización del subsuelo con la respectiva titulación que debería
corresponderle a cada propietario, sino que se está apostando por la figura de
una transferencia de dinero a estos entes colectivos llamados “comunidades
campesinas” para que sean ellas las que administren el dinero y ejecuten las obras.
Sin embargo, la diferencia en un
esquema anglosajón en donde existe un propietario, o muchos, pero que tienen
los derechos de propiedad claramente definidos, la comunidad campesina es un
órgano político colectivo donde el mando lo suelen tener una serie de
dirigentes que, en algunos casos, se hacen del control democráticamente, y en
otros no tanto.
Aquí es pertinente recordar la
experiencia de la descentralización que ha vivido el Perú. ¿Qué fue lo que
ocurrió cuando el segundo gobierno de García decidió transferir el canon minero
directamente a los gobiernos regionales sin que estos estuviesen preparados?
Pues que estos se volvieron un botín excelente para las mafias que se
apoderaron de ellos (el caso emblema fue el del departamento de Ancash y la mafia
encabezada por su presidente regional César Álvarez). ¿Se imaginan lo que
ocurriría si transferimos enormes cantidades de dinero a las “comunidades
campesinas”? El resultado sería simplemente trasladar las externalidades. Es
decir, que en lugar de pelearse por el control de gobiernos regionales, las
mafias lo harían por el control de estas comunidades y el dinero que ellas
reciben.
Y, como es natural concluir, si
ya de por sí es complicado fiscalizar una entidad gubernamental como lo es un
gobierno regional, ¿se imaginan como lo sería hacerlo respecto a una comunidad
campesina? Que, por cierto, no es parte del Estado y por tanto no debe rendirle
cuentas a los demás ciudadanos en cuanto miembros de un Estado unitario, sino
que puede escudarse en sus propios mecanismos internos para encubrir a mafias y
dirigentes que controlan el dinero de las transferencias (ya que incluso
cuentan con autonomía constitucional). Lo único que hace la propuesta del
candidato García es trasladar el conflicto entre las comunidades y las mineras
hacía los propios dirigentes dentro de las comunidades.
¿Y qué debemos hacer para solucionar el problema?
Aquí tenemos dos opciones. La
primera es hacer que los gobiernos regionales funcionen correctamente y que,
como miembros de un Estado descentralizado, conformen gobiernos subnacionales
verdaderamente representativos con mecanismos de control suficientes para ser
fiscalizados y rendir cuentas a la ciudadanía.
La segunda solución alternativa
sería proponer la reforma de la constitución y hacer que exista una verdadera
privatización del subsuelo. Es decir, que el dinero no vaya a estos entes
colectivos llamados “comunidades”, sino a los verdaderos propietarios
individuales que deben ser debidamente titulados por el gobierno. Solo de esa
manera, con los derechos de propiedad claramente establecidos, se podría
eliminar el conflicto y establecer reglas claras para la transferencia de
dinero.
No obstante, creemos que si los
gobiernos regionales ya muestran debilidades institucionales, las comunidades
son aún más débiles todavía. La solución, si no se busca cambiar el esquema
constitucional, pasa por fortalecer los gobiernos subnacionales, no por
propiciar instituciones paralelas que socaven su desarrollo y que terminen
agravando aún más la conflictividad existente. Una conflictividad que, aunque
no tan mediática como la que se suscita cuando se está en contra de una gran
mina, será una mucho más nociva para millones de pequeños campesinos que verán
sus comunidades tomadas por mafias y pequeños dirigentes sin control de nadie.
Será en vez de un “canon comunal”, un caos descomunal.
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