Escribe:
Gabriela Wiener
Paco Yunque llega por primera vez a un colegio y sufre el maltrato
–bullying diríamos hoy– de otro niño llamado Humberto Grieve. Todos conocemos
la historia. La sencilla y genial alegoría de Vallejo en la que el Perú es como
una escuela en la que el hijo del patrón abusa impunemente del hijo de la
empleada, que se sienta en el pupitre de al lado. Una representación pura de la
desigualdad, del poder y sus heridas.
Y pienso ahora que uno de los personajes que más indignan en el relato,
casi tanto como Humberto Grieve y su papá millonario, es el profesor. Sí, en
uno de nuestros cuentos más emblemáticos, escrito por el que es, quizás,
nuestro escritor más emblemático, el profesor es retratado como un ser
hipócrita, autoritario cuando está instalado en su sistema (y casi siempre ante
el más débil) y genuflexo ante el poder de las instituciones y las castas. Un articulador
de la injusticia social que hace la vista gorda ante la realidad más evidente
que transcurre en su propio salón de clase.
Pero ¿qué pasa cuando los maestros deciden pasarse un mes en la calle
intentando, precisamente, revertir su propia condición de profes malpagados de
Grieve, es más, de revertir su propia condición de pacos yunque? Ocurre que
desde la mayoría de medios y gran parte de la opinión pública se vende y se
compra ahora la figura del profesor insumiso, como si fuera un estigma, que se
niega a ser evaluado, cuando a lo que se niega es a ser explotado y
compadecido. Los humbertos grieve de turno lo saben y le sacan provecho.
Desde el marxismo que abrazó y su sensibilidad literaria, Vallejo –que
estudió en el Centro Escolar 271 de Santiago de Chuco– denunciaba en su relato
la perversión del sistema, ese profundo clasismo y racismo que supura nuestro
país desde las aulas, y que engendra niños apaleados y niños matones –que
reproducirán el abuso ya adultos– ante los ojos sumisos de sus profes. Contra
eso también luchan los maestros en las calles.
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