Patricia Wiesse Directora de la Revista Ideele
Gerardo Saravia Editor revista Ideele
Hace diez
años, el Informe Final de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación (CVR) recomendó al Estado peruano una serie de medidas
destinadas a paliar el daño causado a las víctimas de la guerra interna. Le
pusieron “reparaciones” porque algún nombre debía tener. Las atrocidades contra
esa parte del país, de las que dio cuenta la CVR, son absolutamente
irremediables.
Si bien la
tragedia no puede jerarquizarse, existen algunos pueblos que resultan
emblemáticos por la particularidad de su historia. Chuschi es uno de ellos.
Allí prendió la hoguera que chamuscó las entrañas de nuestro país. Siendo la
primera víctima de la violencia política, debería haber sido uno de los lugares
en los que el Estado ejemplificara su política reparadora. Na’.
En Chuschi
se siguen repitiendo los patrones de marginación, pero ahora el abandono se ha
sofisticado. En 1980 este pueblo fue víctima del olvido y la miseria. Treinta y
cuatro años después, vuelve a ser víctima de un impasible aparato burocrático.
Chuschi está
siendo desmembrada. Por arriba y por abajo. Por dentro y por fuera. Le han
quitado cinco de sus anexos (tres la provincia de Huamanga, y dos su distrito
vecino María Parado de Bellido).
El conflicto
con Huamanga es grave, pues se trata del abuso de la provincia más poderosa de
la región favorecida por el Gobierno Regional. El conflicto con María Parado de
Bellido es penoso. Según denuncian los chuschinos, algunas autoridades se
juntaron y, a espaldas de sus pueblos, hicieron una transacción geográfica,
bastante fructífera para algunos. En este trámite, avalado por las autoridades
nacionales, se falsificaron firmas y voluntades.
Chuschi: I.
La quema de ánforas
El 17 de mayo de 1980, fecha en la que el Perú elegía un
Presidente luego de 12 años, en Chuschi se quemaban las ánforas electorales. Un
país a medio peinarse acababa de ser notificado: la nueva era de sangre había
comenzado. Sendero Luminoso decidió iniciar allí su guerra contra el Estado.
Lo que vino después fue el infierno. La población de
Chuschi fue estigmatizada como terrorista. Si ser ayacuchano inspiraba
sospecha, ser de Chuschi era la confirmación para un Estado ciego y aterrado.
Atrapados sin salida, los chuschinos vivían acosados. En
su tierra los buscaban los militares que los confundían (y ejecutaban) como
senderistas. En su tierra los buscaban los senderistas para enrolarlos y para
castigar su colaboración con las Fuerzas Armadas. Sus militantes perseguían a
las autoridades que no querían colaborar con ellos. Muchos terminaron muertos o
exiliados.
Otros lograron salvarse. Antonio Cayllahua relata que
cuando el ejército entró a retomar el control en Chuschi, lo acusaron de colaborar
con Sendero. Él les dijo que era evangélico y que estaba en contra de los
senderistas. Para que lo demuestre, el capitán a cargo de la tropa lo forzó a
ejercer el cargo de gobernador. Ese día firmó su sentencia y solo le quedó
huir. Sendero seguía sus pasos. Se refugió en Rumichaca y dormía a salto de
mata: “Descansaba en casa de mis familias. En las noches iba de un lado a otro.
Me escapé a la altura, pero ahí también han venido a buscarme. Gracias a Dios,
el señor que vive en el cielo me ha salvado”, asegura.
Para ese entonces, Chuschi era una suerte de base
temporal de Sendero: un Comité Popular Clandestino donde se organizaba la vida
del supuesto “nuevo Estado”. (El grupo se disolvía cuando llegaba el ejército,
y dejaba al pueblo a merced de unos soldados que no se detenían en
distinciones.)
Leonidas Cayllahua, un poblador de Quispillaccta afincado
en Lima, cuenta que fue su primo quien en buena cuenta salvó a Chuschi del
imperio de Sendero. Era un joven alegre e indisciplinado que se relajaba con la
enamorada y no acataba las órdenes del Partido. Le dieron varias oportunidades:
“En la primera lo perdonaron; en la segunda lo chicotearon; en la tercera los
camaradas Teresa, Joel y Medina lo sentenciaron a muerte. Pero un tío, que
también participaba en ese grupo, lo liberó pidiendo una última oportunidad.
Entonces se fugó y se dirigió a la PIP de Huamanga a colaborar con la Policía”,
relata. Para Leonidas fue el salvador de la gente inocente del pueblo, porque
denunció a los que sí habían participado. Para otros fue un vil traidor.
La falsa idea de que todos en Chuschi eran senderistas
tuvo consecuencias letales cuya huella está en las innumerables fosas comunes
que aún no se terminan de encontrar. Pero tampoco es enteramente cierto que los
senderistas en Chuschi eran extraños al lugar. Algunos profesores de la escuela
secundaria realizaron un adoctrinamiento agresivo y permanente que rindió sus
frutos: lograron convencer a un grupo de alumnos sobre la inminencia de la
lucha armada, y que ellos debían inaugurarla realizando la primera acción
dirigida a socavar al “Estado burgués”. En la madrugada del 17 de mayo de 1980,
ingresaron en la oficina electoral en la que ahora funciona el Juzgado de Paz
Letrado, y quemaron las ánforas y los padrones.
Este atentado pasó desapercibido: solo dos periódicos de
amplio tiraje informaron sobre el hecho. Uno de ellos fue La Prensa, que
presentó el hecho como un atentado realizado por un grupo de 20 exaltados que
tomaron de rehén al registrador electoral, Florencio Conde, e incendiaron los
padrones y ánforas de 10 mesas electorales. El Diario de Marka dio menos detalles y
mencionó que elementos desconocidos asaltaron la oficina. Añadió que el nuevo
material fue enviado en un avión militar y los 2 mil electores finalmente pudieron
sufragar. Un profesor, un estudiante de Antropología de la Universidad de
Huamanga y un escolar de 17 años fueron capturados por la Policía en Ayacucho,
y al poco tiempo salieron en libertad.
Pero no solo los medios fueron tuertos y sordos. Lo mismo
ocurrió en el ámbito de las Ciencias Sociales: un tiempo antes de que estallara
la guerra, la antropóloga estadounidense Billie Jean Isbell estuvo haciendo un
trabajo de campo en Chuschi. En su estudio se refirió a “una sociedad
corporativa cerrada” con muy poca influencia de Occidente, en la cual se
mantenían vivos los rasgos culturales ancestrales. La estudiosa no se percató
de que esa sociedad aparentemente cerrada mantenía una fluida comunicación con
la provincia de Huamanga. Un profuso y clandestino trabajo político se
realizaba y convivía con los ritos y costumbres atávicas. Mayo 17 también
dinamitó una forma de hacer antropología.
Un año después de la quema de ánforas, cuando se estaba
realizando la tradicional feria de los viernes y en la plaza central de Chuschi
humeaban las ollas con caldo de cabeza, y los pellejos de carnero extendidos en
el suelo se negociaban a cambio de arrobas de cebada, un grupo de encapuchados
cercó la plaza. Tomaron el pueblo, castigaron a unos ladronzuelos y asesinaron
a dos abigeos. Llegaron “camaradas” que no eran del lugar y organizaron el
trabajo colectivo en las chacras. En el colegio les raparon el pelo a los
estudiantes. Cerraron las salidas del pueblo y controlaron el ingreso de los
visitantes; incluso los transportistas debían pedirles permiso para salir hacia
otras comunidades.
Walter Conde termina su contundente caldo de gallina y convoca a la delegación de chuschinos residentes en Lima que está reunida en un restaurante de Huamanga. Han contratado una combi que diariamente hace el recorrido de cuatro horas hasta Chuschi, su destino final, pasando por las alturas de Chocoro, una pampa helada en medio de la nada.
III. Desmembramiento
Han pasado 34 años y el abuso no es cosa del pasado. El Gobierno Regional de Ayacucho acaba de aprobar la ordenanza que posibilita el cercenamiento de una parte del territorio que históricamente le ha pertenecido a Chuschi. No era éste el tipo de ordenamiento territorial que esperaban las comunidades andinas.
Han pasado 34 años y el abuso no es cosa del pasado. El Gobierno Regional de Ayacucho acaba de aprobar la ordenanza que posibilita el cercenamiento de una parte del territorio que históricamente le ha pertenecido a Chuschi. No era éste el tipo de ordenamiento territorial que esperaban las comunidades andinas.
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IV.
Chuschi 2014
A pesar de todo el horror que ha vivido el pueblo de Chuschi y las vejaciones de las que sigue siendo objeto, la vida continúa su curso. Lo que apremia ahora a los pobladores son los problemas concretos de subsistencia y progreso. Escuchan a sus políticos hablar del despegue económico y quieren ser parte de una fiesta en la cual siguen siendo extraños. Ver más...
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