Por: Gustavo Faverón Patriau
Martes, 27 de enero de 2015 |
4:30 am
Continuamente elegimos y
reelegimos a delincuentes para ejercer cargos públicos. Ellos, a su vez,
colocan a secuaces y guardaespaldas en puestos de confianza. El resultado es
que nuestro sistema político se parece cada vez más a nuestra escena criminal.
Las mafias que deberían ser desmontadas desde el poder tienen más y más
conexiones con el poder, o lo ejercen directamente. Los sospechosos gozan de
inmunidad. Perseguirlos parece una violación de las libertades políticas,
porque muchos de los que deberían ser investigados son gobernado-res, congresistas,
ministros, alcaldes, líderes partidarios, políticos populares, candidatos
inminentes.
Podemos culpar del deterioro
de la clase política a los miembros de la antigua clase política, que
desperdiciaron dos siglos de oportunidades y no hicieron otra cosa que
propiciar el acercamiento entre el poder y la delincuencia para mantener sus
privilegios. Pero la culpa no es sólo de ellos, sino también de quienes
perseveran en dar su voto a personajes acusados de robo, estafa, malversación,
asesinato, abuso del poder y violaciones de los derechos humanos. Nos
obstinamos en despejarles el camino de la impunidad, los dejamos libres un día
y al día siguiente evaluamos la posibilidad de elegirlos otra vez. Nos
condenamos al fracaso y nos hacemos cómplices.
Hoy la idea común es que
pasada la primera vuelta en las próximas elecciones tendremos dos opciones:
votar por la mafia de García o por la de los Fujimori. ¿En verdad estamos
condenados a eso? Probablemente, pero no nos condena el destino, sino nuestra
obcecación, nuestra pasividad y nuestra costumbre de convivir con la
inmoralidad. Porque, incluso si sucede, si nada nos salva de ese futuro, ¿por
qué no consideramos seriamente la opción del voto viciado? Ante la disyuntiva
de votar por unos u otros, votemos viciado: no seamos parte de ninguna de las
mafias. Si tenemos consciencia, votemos de acuerdo a nuestra consciencia,
hagamos algo por recordar que la tenemos.
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