jueves, 22 de mayo de 2014

Crítica filosófica a la educación neoliberal


Ideele Revista Nº 237

Juan Rivera Palomino, Filósofo y educador

Una crítica de esta naturaleza demanda empezar por un marco teórico-conceptual y ciertos instrumentos metodológicos necesarios para debatir con el aparato conceptual y metodológico de lo que se llama “educación neoliberal”.

Partamos del concepto mismo de educación. En su dimensión extensional, se refiere a las acciones y actividades informativas y formativas que se dan en la familia, en la comunidad, a través de los medios de comunicación masiva y en todo el conjunto de la sociedad. A este proceso amplio y comprehensivo la Unesco lo denominó educación permanente a partir de la década de 1970. Estas instituciones y la sociedad en su conjunto educan positivamente, forman bien a sus miembros o los deseducan y malforman en una dirección teleológica negativa de acuerdo con el modelo sociopolítico predominante y dominante. Si el modelo social es socialdemócrata, las instituciones educarán en una dirección determinada. Otra será la situación si el modelo socioeconómico es de corte neoliberal, economicista, mercantilista. La educación no hace más que expresar, reproducir e imponer el modelo social imperante.

La segunda dimensión de la educación es la intencional, porque ésta no es más que un proceso sociohistórico en el cual se dan un conjunto de interacciones sociopolíticas entre los educadores y los educandos a partir de un conjunto de objetivos y fines que son los que le otorgan una dirección teleológica determinada, que puede ser de dominación o de liberación del conjunto de los educadores y de los educandos y del conjunto de la sociedad.

Un tercer aspecto problemático es el que se refiere al problema de la libertad educativa que deben disfrutar tanto los educadores como los educandos. Ella consiste en la capacidad de decisión libre, autónoma e independiente de unos y otros de educarse y autoeducarse de acuerdo con sus criterios, valores, ideario, imaginario y situación sociopolítica. Es decir, de elegir libremente qué tipo de educación y de instrucción es la que más les conviene según sus objetivos familiares y, sobre todo, personales. No los que le imponga el sistema social y el sistema educativo. No se trata de alcanzar o lograr una carrera profesional con la que luego no va a encontrar empleo, lo que le causará frustración, sino de una que le permita desarrollarse como persona social y humana.

En el contexto de la relación estrictamente escolarizada, en el centro educativo, la pregunta concreta que surge es: ¿Con qué derecho el sistema, la institución y el profesor intervienen en la educación del niño o del joven introduciendo cambios, como decía el filosofo peruano Augusto Salazar Bondy, en sus estilos de pensar, sentir y actuar sin darle la oportunidad democrática de que ellos participen en la toma de decisiones de su educación? ¿Acaso no tienen el derecho de participar en el proceso de su educación? En esto consiste, en parte, el proceso de democratización de la educación que, según José Carlos Mariátegui, debería ir precedido o paralelo a la democratización de la economía. Creo firmemente que los principios que debe guiar la acción educativa son los de libertad social e individual, igualdad social e individual, actividad social e individual y, por ende, la creatividad como sinónimo de originalidad, flexibilidad, fluidez y pensamiento divergente, y la reciprocidad social e individual.

Por consiguiente, podemos caracterizar a la educación como social, histórica, económica, política, humana y teleológica, porque apunta a una direccionalidad positiva de formación o malformación de un ser humano que conduce a los procesos de cosificación, alienación, de entrenamiento y de domesticación.

Esta concepción se traduce como componente de una concepción y doctrina educativas; se expresa en las políticas educativas, en el currículo, en la formación magisterial y en la práctica educativa.

El ser humano —niño o joven— es reducido a mercancías con valor agregado productivo, competitivo, individualista.

Dicho esto, veamos ahora el pensamiento “educativo” neoliberal.
En primer lugar, este tipo de pensamiento no tiene la dimensión extensional del auténtico concepto de educación. Desde una perspectiva economicista, mercantilista y pragmatista, lo reduce a lo meramente instruccional escolarizado, donde la acción instructiva se realiza al interior de las paredes de las aulas de las llamadas instituciones educativas. La instrucción adquiere la forma de entrenamiento en razonamiento matemático y comprensión de textos. No interesan los procesos del aprendizaje que se enfatizaron al comienzo, sino sus logros, traducibles en buenos puntajes o buenas calificaciones. No interesaban las ciencias naturales; menos las sociales, la filosofía y la educación artística. Se enseña para obtener “logros de aprendizaje”, como siempre repetía la ex ministra Patricia Salas. Era y es el típico modelo “cajanegrista” de entradas y salidas con poco y ningún feedback. Este modelo recuerda al neoconductista de Skinner y a los cibernéticos y, por último, a los modelos empresariales de costo-beneficio-ganancia. Y, sin embargo, se hablaba hasta el cansancio del constructivismo de Piaget, que sí tomaba en cuenta los procesos y la teoría del aprendizaje significativo de Ausubel. Al pobre Vigostky se lo redujo a constructivista, cuando su posición era de tipo sociocultural y tomaba en cuenta tanto lo externo sociocultural e histórico como lo interno con las mediaciones lingüísticas, que se expresaba con dos conceptos o momentos: lo interpsicológico y lo intrapsicológico. La acción instruccional se ha reducido a lo meramente intelectual y a lo informacional, dejando de lado lo socioemocional y lo volitivo, conativo, como afirma el doctor Pedro Ortiz Cabanillas.

La concepción instruccional encajaba y correspondía con el pensamiento económico neoliberal, los costos-inversiones como entradas y los beneficios-ganancias como salidas. No importa lo que sucede dentro de la caja negra o en los procesos. Dos conceptos más importantes son el de capital humano y el de valor agregado. El objetivo de la instrucción mercantil es entrenar capital humano eficiente y de calidad. El ser humano —niño o joven— es reducido a mercancías con valor agregado productivo, competitivo, individualista.

En el proceso instructivo no interesaba más que los objetivos y fines externos a los que apuntaban; es decir, lo económico, lo productivo. Tal era la teleología de esta concepción. No interesaban los objetivos y fines de los educandos y de los educadores como personas humanas, quienes tenían el derecho de desarrollar su personalidad en forma integral, completa y no cosificada, mercantilizada y alienada, sino libre de fetiches mercantiles y monetarios. Por eso la instrucción era autoritaria, impositiva. No importa la libertad social sino la individual, en teoría, porque en la práctica se impusieron en forma autoritaria la concepción educativa neoliberal, el currículo por competencias (económicas), la didáctica y la evaluación por productos.

La libertad, la actividad, la innovación individual e individualista apuntaban a la productividad económica. Se trastocó, se subvirtió, se violentó la naturaleza social y humana de la educación. Hay que recordar que esta concepción y políticas instructivas fueron impuestas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos a través del Banco Mundial no solo en el Perú sino en toda América Latina y en todo el mundo globalizado por el imperio capitalista.

Por tanto, en pleno siglo XX y en el XXI se implantó la dominación neocolonial en el campo de la educación. Eso ya se hizo antes con el modelo económico neoliberal, que dura hasta la fecha, a pesar de que ya fracasó rotundamente.

Durante 23 años se ha impuesto autoritariamente a los docentes y alumnos los estilos de pensar, sentir y actuar de tipo neoliberal, de corte economicista. La juventud, si bien es cierto que puede no saber Matemáticas, tal como la malentienden ellos, ni comprender lo que leen, sí tienen una mentalidad por logro, por producto mercantil en el ámbito del empleo, del consumo, el gasto y las relaciones intersexuales. El amor romántico desapareció para dar paso a la relación sexual codificante. Los valores sociales y humanos de antes de los 90 desaparecieron para dar paso a los antivalores economicistas, mercantilistas y monetaristas.

La pregunta filosófica es: ¿Con qué derecho los operadores neoliberales, sea en el campo económico o en el instructivo, imponen cambios en la personalidad del alumno y del profesor, en sus estilos de pensar, sentir y actuar, contrarios a los que ellos poseen en un país pluricultural, plurilingüe y pluriétnico, sin contar con su consentimiento, con su capacidad de decisión sobre su educación a través de mecanismos democráticos de participación?

Se está frente a una concepción y una política neoliberal autoritaria que utiliza mecanismos de dominación contrarios a la libertad, la igualdad, la justicia y la creatividad social y personal. La única libertad que les importa es la de una entidad impersonal llamada mercado, la libre oferta y demanda y los precios relativos. Los individuos tienen que hacer lo que dictamine e imponga la entelequia llamada mercado a la cual Adam Smith denominó “mano invisible”. Es tan invisible que no se sabe si existe o funciona en un mundo globalizado que es dominado por las imposiciones de las grandes corporaciones transnacionales que determinan los precios de las mercancías en función de sus inversiones y ganancias.

Finalmente, creo que el problema educativo no es de calidad economicista sino de trasformación social y humano. Esto será motivo de otro artículo.

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