Durante su segunda experiencia de gobierno, cada
vez que podía, el expresidente Alan García sacaba lustre de sus credenciales
democráticas y su respeto hacia las instituciones del Estado. Sin embargo, su
gobierno las vulneró desde el primer día. Los decretos de urgencia que sacó
como volantes, lejos de ser excepcionales, fueron parte de una política de
Estado que desnaturalizó su función y trató de imponer una situación de
excepción permanente. ¿Para qué?
Como su nombre lo indica, los
decretos de urgencia se promulgan ante emergencias: catástrofes naturales,
incendios, desabastecimiento eminente, entre otras. El Tribunal Constitucional
ha previsto una serie de requisitos para regular los arranques de cualquier
voluntad suprema. Este tipo de decretos tiene que ser relacionado con asuntos
económicos y deben tener las siguientes características: excepcionalidad,
imprevisibilidad, temporalidad, conexidad, interés nacional y transitoriedad.
Durante los 10 años del
fujimorato se emitieron 1400 decretos de urgencia. En el gobierno de Alejandro
Toledo se dictaron 136, y 383 en el segundo gobierno de García. El Gobierno de
Ollanta Humala va por los 38 y pareciera que no se van a multiplicar al término
de su mandato. Si hacemos un recuento histórico, solo García supera a García.
En su primera gestión el expresidente expidió 1.033 decretos de urgencia.
Mientras transcurría el
gobierno aprista, cada año más sectores entraban en una frenética urgencia. El
decreto 014-2007 amplió la emergencia a los sectores penitenciarios, salud,
educación, telecomunicaciones e infraestructura vial. Pero no se trata solo de
la cantidad superlativa, sino también de su contenido y empleo. Muchos de sus
decretos han sido el punto de partida de casos de corrupción como los de Agua
para Todos y los colegios emblemáticos.
La idea de un Alan García como
el artífice de una maquinaria al servicio de la corrupción ronda en la cabeza
de quienes han estudiado el tema. Según el congresista Johnny Lescano, que
estuvo cuatro meses en la Megacomisión investigando los colegios emblemáticos,
“se construyó un nuevo modelo de corrupción para disponer fácilmente del dinero
del Estado, cuya base jurídica eran los decretos de urgencia, y que se
complementaron con modificaciones en la estructura y funcionamiento de los
ministerios. Así se vuelan todos los controles que tiene la democracia para
fiscalizar los proyectos de inversión”. No faltan pruebas, sino más
investigación.
La Megacomisión ha tomado una
muestra de 31 decretos, y las cifras son elocuentes: el 81% se ha emitido sin
cumplir los requisitos que establece la Constitución, el 50% forzándolos, el
31% sin precisar los motivos, y el 26% hubieran podido emitirse como decretos
supremos.
Los decretos de urgencia no
pueden suplir la ineficiencia o la falta de planificación de una gestión.
Tampoco, justificar los impulsos constructores, por más presidenciales que
sean. “Se ha querido forzar una situación de urgencia en sectores donde
tradicionalmente las obras se han ejecutado mediante los procedimientos
establecidos”, sostiene Sergio Tejada, presidente de la Megacomisión.
¿La regulación de los altos
funcionarios del Estado, la remodelación de los colegios emblemáticos o el
remozamiento del Estadio Nacional eran lo suficientemente “urgentes” como para
prescindir del Congreso?
Día 1
Ni bien se había instalado en
su primer día de gobierno, el 1.° de agosto del 2006, García lanzó su primer
decreto de urgencia: se le rebajó el sueldo a los altos funcionarios,
incluyendo al presidente y a los ministros. Fue planteado como una medida
necesaria de austeridad para redistribuir el dinero recortado en beneficio de
los más pobres. Sonaba seductor pero, al ser emitido como decreto de urgencia,
se libró de un debate en el Congreso, donde podrían haberse ventilado la
precariedad de los argumentos. El decreto no contó con informes técnicos que lo
respaldaran ni precisaba las circunstancias extraordinarias e imprevisibles.
¿Por qué el mantener los antiguos salarios ponía en riesgo las finanzas
públicas? ¿En cuánto se podría aliviar la pobreza con este ahorro? Al final,
poco a poco se fueron restituyendo los antiguos salarios, la economía no se
cayó, y hasta ahora no se sabe a dónde se destinó realmente el dinero ahorrado.
De acuerdo con el decreto emitido, debía destinarse a un Fondo para la
Desigualdad. Pero, como veremos, no fue eso lo que ocurrió.
El argumento de la pobreza
como “urgente” es absurdo. Se trata de un mal histórico y estructural. Plantear
las políticas públicas a partir de decretos de urgencia es, cuando menos,
insensato. También puede ser peligroso, ya que la pobreza como argumento
general puede soportar cualquier barbaridad.
¿Colegios en ruinas?
El año 2009 se emitió el
decreto de urgencia 004, que permitió la designación a dedo de las empresas que
iban a remodelar una serie de colegios emblemáticos. Inmediatamente surge la
pregunta: ¿Acaso un cataclismo había destruido los colegios? Nada impedía
remodelarlos y equiparlos siguiendo los procedimientos regulares. Tejada
puntualiza: “La esencia de un decreto de urgencia es su carácter transitorio,
pero los colegios se siguieron arreglando hasta el año 2011, y se inauguraban
sin que las obras estuvieran terminadas. Parece que la urgencia no iba de la
mano con la celeridad en los arreglos: entre 2009 y 2011 solo se terminaron 17
de los 34 colegios que estaban siendo refaccionados”.
El “dedo de Dios” permitió que
los funcionarios del ministerio seleccionaran a las empresas y que realizaran
un concurso interno del que salían las afortunadas ganadoras. No hubo
licitaciones, como es lo usual. A Sergio Tejada le llamó la atención el caso de
la constructora DH Mont. De las 15 obras de remodelación que se hicieron en
Lima, 10 le fueron adjudicadas, mientras que una empresa con más experiencia
como Cosapi solo ganó dos. El presidente de la Megacomisión afirma algo muy
grave: “Hemos encontrado pagos en las cuentas de algunos funcionarios
encargados de las adjudicaciones que se producen un año después. Una empresa
que gana el concurso le paga después de un año 45 mil dólares al funcionario”.
Todo parece muy bien planeado: la ley no impide que pasado ese lapso de tiempo
ese mismo funcionario pueda ser “contratado” para realizar una consultoría, por
ejemplo, o para algún oportuno servicio.
Las obras se iniciaron
contando solo con un “perfil” —una especie de ficha técnica— al que el
expresidente defendió con fervor durante los interrogatorios en la
Megacomisión. Pero lo que sostienen los congresistas que han inspeccionado los
colegios en Lima es que hay serios problemas producto del apresuramiento y la
falta de expedientes técnicos. En relación con los colegios de provincias
coinciden en señalar que los avances son muy lentos, y que ésos sí están en
ruinas.
El congresista Juan Pari
relata que visitó un colegio que tenía un gran estadio con una impresionante
instalación lumínica. Cuando le preguntó al director si prendían las luces,
éste le contestó que nunca lo hacían porque una hora de luz significaba 7 mil
soles de consumo. El congresista Johnny Lescano visitó un pabellón para 200
alumnos que solo tenía dos waters en el baño, y asegura que los directores se
quejaban del mal sistema de alcantarillado y de la deficiencia en la
construcción de las aulas y canchas.
Otro punto que ha sido
denunciado por Lescano es que se cambiaron las normas para que el ministro de
Educación de entonces, Antonio Chang, se eximiera del manejo económico de su
presupuesto. Mediante una resolución ministerial, los contratos pasaron a ser
responsabilidad exclusiva del secretario general del ministerio. Es decir, un
funcionario de segundo orden manejó los fondos y firmó por 1250 millones de
soles.
Finalmente se “coló” en esta
súbita urgencia por remodelar los colegios emblemáticos otra impostergable
remodelación que era de vida o muerte para el país: la del Estadio Nacional. Se
le incorporó de taquito, mediante una fe de erratas a la ley que ya había sido
publicada en El Peruano.
Tocando fondos
En su mes de estreno, el
presidente García creyó urgente establecer el Fondo para la Desigualdad. El
objetivo era destinar el dinero ahorrado con las políticas de austeridad y
racionalidad, más otros de sectores privados, a programas de alivio de la
pobreza extrema en zonas rurales.
Fue una urgencia bizarra, ya
que el decreto se emitió en 2006 y el fondo solo se estableció en 2009. Es decir,
el dinero que se ahorró con la reducción de salarios no llegó a sus arcas. Pero
el asunto no termina ahí: la Megacomisión ha detectado que algunos de los
beneficiados tenían relación con funcionarios que administraban el fondo. Y por
si esto fuera poco, en 2009 se creó otro nuevo: el Fondo de Inversión en
Infraestructura, con el argumento de promover las inversiones para frenar el
impacto de la crisis internacional de ese año. Como se señala en la
sustentación: “Dentro del contexto antes mencionado resulta imprescindible
adoptar medidas extraordinarias en materia económica y financiera que permitan
minimizar los riesgos que puedan afectar el aparato productivo nacional, a
través del impulso al desarrollo y ejecución de proyectos de inversión, tales
como asociaciones público-privadas y concesiones de obras públicas de
infraestructura y de servicios públicos”.
Nuevamente nos encontramos con
la singular interpretación “de urgencia” del expresidente: el fondo fue
entregado apenas el 2010; es decir, cuando ya la economía peruana se había
recuperado del bajón del 2009. Lo extraño es que hasta la fecha el dinero no se
ha tocado, pero el Estado ya le ha pagado a la empresa administradora del fondo
más de 7 millones de soles.
El Fondo de Inversión para
Infraestructura era cofinanciado con los siguientes aportes: Cofide (100
millones de soles), la Corporación Andina de Fomento (40 millones de soles) y
las AFP Integra, Prima, Profuturo y Horizonte (200 millones de soles). Por ser
copartícipe, la empresa BROOKFIELD y AC CAPITALES S.A., que contrataron para
que lo administre, debía aportar 100 millones de soles. Pero han pasado más de
cinco años, no se ha dado por aludida y, más bien, se ha beneficiado con el
dinero que le paga el Estado.
La Megacomisión no ha podido
determinar cómo se eligió a esa empresa, pero se sabe que fue contratada en
noviembre del 2009, antes de que fuera creada, ya que se inscribió apenas al
mes siguiente con un capital de 1.000 solcitos. Un negocio redondo para quien
debía administrar 340 millones de soles.
Uno de los profesionales que
ha investigado este caso manifiesta: “No se ha podido demostrar que hubo una
licitación para las dos empresas que iban en consorcio, porque cuando designan
a esa empresa ni siquiera estaba constituida”.
Durante todo el tiempo que
duró la crisis internacional, el gobierno de García hizo una doble jugada: por
un lado, declaraba a los cuatro vientos que nuestro país estaba blindado; y,
por el otro, emitía una serie de normas que tenían como fundamento una
devastadora crisis. Pero, como hemos visto, las medidas nunca se llegaron a
aplicar debidamente o se realizaron a destiempo. La ineficiencia está
confirmada; falta probar la corrupción.
Por medio de otro decreto de
urgencia se creó un tercer fondo: el de Garantía Empresarial. El gobierno de
García creyó que el alivio de las deudas era una medida muy importante para
ayudar a las micro y pequeñas empresas asfixiadas por sus préstamos bancarios.
El fondo, de 300 millones de soles, garantizaba el pago de pequeños microempresarios
que tenían deudas con los bancos del Perú. El Estado pagaba el 50% del préstamo
y se quedaba con la deuda de las personas a las que tenía que corretear.
Finalmente, el empresario deudor continuaba con su deuda, ahora ya más aliviado
en manos del Estado. El principal beneficiado fue el banco, ya que se le pudo
desembolsar un dinero que prácticamente tenía perdido. No es difícil adivinar
el nombre de la empresa que más ganó con este decreto: el Banco de Crédito del
Perú.
El decreto de urgencia 024-2009,
firmado por Alan García, Yehude Simon y Luis Carranza, fue el que respaldó a
las empresas crediticias para que sigan prestándoles a los pequeños
empresarios. Lo extraño es que este fondo cubrió préstamos que se habían hecho
antes de que se hubiese formado.
El cuarto fue el Fondo para el
Agro, que también terminó beneficiando a un sector distinto de su destinatario
original. Originalmente fue creado para ayudar a las empresas desmotadoras de
algodón. Sin embargo, se terminó otorgando préstamos a muchas empresas que no
tenían que ver con ese rubro y que hasta el momento no los cancelan. Varios
casos de éstos están siendo judicializados. En el informe sobre los decretos de
urgencia de la Megacomisión aparece uno de los beneficiados que,
coincidentemente, era familiar de Ismael Benavides cuando éste era ministro de
Agricultura.
Muchos de sus decretos han
sido el punto de partida de casos de corrupción como los de Agua para todos y
los colegios emblemáticos
La cola del tren
Sumergirse en el mundo de los
decretos de urgencia es arduo. Se hubiese necesitado una Megacomisión con el
doble de sus integrantes y con el doble del tiempo solo para poder analizar a
plenitud las implicancias de cada uno de éstos. El suelo en el que se movió el
gobierno de Alan García no estaba parejo.
Entre lo mucho que queda por
investigar están los decretos que facilitaban proyectos de inversión para
infraestructura. Algunos ya fueron investigados y motivaron que el Tribunal
Constitucional declarase inconstitucionales el 001 y el 002-2011.
La inversión para el tramo 1
del Tren Eléctrico es uno de estos casos donde parece haberse escondido la
tierra debajo de la alfombra. En un inicio, la Autoridad Autónoma del Tren
Eléctrico estaba a cargo de la Municipalidad de Lima; sin embargo, mediante un
decreto de urgencia pasó a manos del Ministerio de Transporte con la extraña
anuencia de la municipalidad. (Posteriormente se supo que Castañeda les había
pedido apoyo para el Metropolitano y para el bono del chatarreo, que, dicho sea
de paso, nunca se concretó.)
Para construir el tramo 1 se
emitieron decretos de urgencia que encargaron a ProInversión la contratación
del servicio de transporte y al Ministerio de Transporte la construcción del
viaducto. (Originalmente, ProInversión y la Autoridad Autónoma se encargaban de
todo.) Por esta modificación, los gastos se elevaron por cuatro. Los
principales beneficiados fueron Graña y Montero y la empresa brasileña
Odebrecht.
Al cambiar la modalidad de
contratación, la empresa puede hacerle modificaciones al proyecto y, de esta
manera, la obra se va encareciendo. La ley de contrataciones prohíbe esta forma
de trabajo. (Es la misma modalidad que están aplicando actualmente en el tramo
2 y que García ha salido a criticar: dicen que las malas artes se aprenden
rápido.)
A la par que se dictaban los
decretos de urgencia que favorecían a las empresas encargadas de las grandes
obras de infraestructura, se expidieron otros que tenían que ver con el relajo
de los controles. Se llegó al extremo de cambiar una ley orgánica. Mediante un
decreto de urgencia se impidió que la Contraloría ejerciera su función. En
algunos casos, como en el de la concesión del puerto de Paita, la acción de la
Contraloría se limitó a la lectura de la versión final del contrato, cuando sus
atribuciones le permiten actuar en todas las etapas de la concesión.
Agüita para algunos
La historia del programa
bandera de la campaña aprista, Agua para Todos, es como sigue: Al final del
gobierno de Toledo el Congreso planteó un proyecto de ley para agilizar las
obras de agua y saneamiento. Pero el Ejecutivo lo observó porque había un
capítulo que podía fomentar la corrupción al disminuir demasiado los controles,
ya que justamente se pedían perfiles y no expedientes técnicos.
Al día siguiente de asumir el
gobierno, un elefantiásico García promulgó esa misma ley que había sido
observada, y se encargó de sacar los decretos de urgencia 024-2006 y 014-2007,
que sacramentaban la levedad en las adjudicaciones. Tanto que, por ejemplo,
Agua para Todos funcionó un año sin un manual de operaciones, hecho que fue
observado por la Contraloría.
Como era de esperarse, el
proyecto tuvo deficiencias que se hicieron escandalosamente visibles en el
asentamiento humano Pachacútec, ejecutado por el Ministerio de Vivienda y el
Gobierno Regional del Callao, donde algunos sectores todavía no tienen agua
potable y los pozos secos son un monumento a los tristemente célebres perfiles.
Existe un informe del BID que
señala que el programa no era eficiente y que los gastos eran muy altos. Se
cuestionaba especialmente la partida denominada “intervención social”. Antes
Sedapal tenía un equipo de proyección social que capacitaba a la población en
el buen uso del recurso. Esa partida se trasladó a la licitación, lo que
permitió a las empresas constructoras manejar presupuestos muy altos para la
“intervención social” que les servía para ganar adeptos entre los dirigentes
populares, a los que contrataban para fines que no tenían que ver con
sensibilizar a la gente del lugar. Sergio Tejada manifiesta: “En Pachacútec
hemos visto partidas de más de 1 millón de soles para capacitación, y muchos
pobladores nos dijeron que no recordaban haber sido capacitados”.
Sigue siendo el Rey
Alan García vende una imagen
de omnipotente y omnisciente, y ha llegado al colmo del delirio al
autoproclamarse experto en cambio climático.Tan experto en el tema es, que
confundió el nombre de Stern, uno de los gurús del cambio climático. Lo hizo
para justificar su relación con la empresa española Abengoa, responsable de las
obras de agua potable y alcantarillado en Huaycán y con contratos en el sector
de saneamiento y energía en Piura. Esta empresa lo nombró miembro de su comité
asesor internacional por sus supuestos conocimientos sobre las modificaciones
del clima en el planeta. Lo que se sabe es que la empresa tiene un gabinete de
asesores en políticas de inversión implementadas en América Latina, tema en el
que García sí encaja. Ese equipo percibe una dieta, pero él sostuvo que su
trabajo es ad honorem. Como dato extra, es conocido que los directivos de
Abengoa sostuvieron varias reuniones en Palacio. Otras empresas que aumentaron
sus contratos con el Estado durante el gobierno aprista fueron Kimberly Clark,
que le pagó 15 mil dólares por participar en un desayuno de trabajo, y Endesa,
que le pagó 60 mil dólares por dictar unas conferencias.
Pero frente a la Megacomisión,
el gran tótem se defendió con el cinismo y la teatralidad que lo caracteriza.
Repitió que abominaba a los que se enriquecen o hacen dinero con el Estado. En
todo momento sacó cuerpo y se diferenció de sus propios funcionarios, aclarando
que él era jefe de Estado y que su responsabilidad eran las políticas públicas,
y que para lo otro estaba la Contraloría.
Desgraciadamente, nadie le
cuestionó que en su entusiasta afán por concretar ciertos proyectos de
inversión, pasó por delante de la Constitución y el Congreso, y atentó contra
uno de los pilares fundamentales de una sociedad democrática que es la
separación de poderes.
El 20 de septiembre del 2011,
cuando ya García no era presidente de la república, el Tribunal Constitucional
declaró fundada una demanda de inconstitucionalidad referida a los decretos de
urgencia 01 y 02-2011, presentada por el congresista Lescano, que estaban destinados
a favorecer la promoción de la inversión privada en proyectos como el terminal
norte del puerto del Callao, el tramo uno del Tren Eléctrico, el aeropuerto de
Chincheros, el terminal portuario de Yurimaguas y varios otros más.
El Tribunal Constitucional fue
contundente respecto al gobierno de García: “Da la impresión de haber adquirido
la práctica de, año a año, ir reiterando tales medidas de excepción e incluir
nuevos proyectos, evitando los mecanismos ordinarios de modificación
legislativa previstos en la Constitución, desvirtuando así el ejercicio de las
facultades legislativas del Poder Ejecutivo mediante decretos de urgencia, en
clara vulneración del equilibrio de poderes”. El congresista Lescano se lamenta
de no haber incluido en la demanda varios otros decretos.
Por desgracia, el dictamen del
TC solo sirve, de momento, para comprender las irregularidades que permiten
decretos de este tipo, porque cuando se publicó ya se había suscrito el
contrato de concesión del terminal norte multipropósito del Callao. Lo mismo ha
ocurrido en otros casos.
A pesar de su importancia, la
Megacomisión no recogió el punto de la inconstitucionalidad en sus
recomendaciones, ya que gracias a las movidas legales de los abogados del
expresidente no se le pudo citar para que respondiera sobre este tema.
Con sus decretos de urgencia
Alan García ha propiciado un sutil quiebre democrático al no respetar la
separación de poderes. De acuerdo con el análisis hecho por el
constitucionalista Aldo Blume para Justicia Viva, esta emisión indiscriminada
de decretos representa “una seria afectación del principio de separación de
poderes consagrado en el artículo 43.º de la Constitución, por cuanto el Poder
Ejecutivo ha pretendido reemplazar en el ejercicio de la facultad legislativa al
titular exclusivo de dicha facultad, el Congreso de la República, subvirtiendo
el orden constitucional”.
Las cifras son evidentes: de
los 380 decretos de urgencia, 30 fueron dictaminados en el Congreso y 9 vistos
en el Pleno. De acuerdo con la Constitución, el Congreso tiene un plazo de 15
días para revisar cada uno de los decretos y determinar si pasan al Pleno. Para
Blume, el Congreso en tiempos de García prácticamente abdicó de su función
legislativa y fiscalizadora mediante el control político.
Que el Congreso no le haya
abierto un proceso por infracción constitucional no significa que no haya
delito. Que la prensa no haya hecho de los decretos de urgencia un escándalo no
significa que no lo ameriten. Que el expresidente García hoy esté preparando,
impávido, su cuarta campaña electoral, no significa que sea inocente. En los
decretos de urgencia expedidos durante su gobierno hay sospechas hartas,
certezas varias e investigaciones pocas. El libro sobre la corrupción de
Alfonso Quiroz necesita un capítulo más. Urgente.
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