Por:
Mesias Guevara Amasifuen
A
bordo de una vieja camioneta pick up, Con Adrian y otros amigos, partimos
cuesta arriba, hacia las montañas de Colasay y Chontali, nos íbamos a visitar a
los amigos y familiares. Nuestro vehículo llevaba muchos años encima, sus
llantas estaban en lona, la suspensión hecha añicos.
Los
baches y las huellas, no solo remecían a la vieja estructura metálica de la
camioneta, sino también a nuestros esqueletos.
El camino era sinuoso, pero el día hermoso,
soleado y aireado por una fresca brisa. El esplendor en el verde valle era
majestuoso, las ermitañas cabañas instaladas en las faldas de los cerros,
emitían humo blanco en señal de vida y paz. Los que vamos en la tolva, de vez
en cuando tenemos que inclinar la cabeza, para no ser alcanzados por las ramas
de los arboles que se extendían sobre la trocha carrozable. No vale distraerse,
sin embargo la belleza de la naturaleza hace que te embobes y entres en trance.
Eso me ocurrió me distraje y no me percaté de una rama, que a pesar de mi
reacción, rozó mi espalda rasgando mi camisa.
Un
riachuelo con aguas cristalinas corta el camino. El conductor hábilmente mueve
el timón para poder cruzarlo con éxito, el motor ruge, las llantas luchan por
adherirse en las piedras mojadas, después de unos minutos estamos al otro lado
del riachuelo, y otra vez estamos encaminados en la trocha carrozable rumbo a
nuestro destino.
Horas
antes, habíamos cruzado por el mítico puente blanco, según dicen es el más
antiguo de la zona. Como no mencionar a “las tres aguas”, un fresco y mágico
lugar, cubierto por leales arboles.
Allí,
el río besa a la montaña y ante el, el viajero sediento, reverentemente se
inclina a beber de sus aguas. En el trayecto encontramos el Caserío “el
cangrejo”, donde el amo y señor es don modesto, un viejo curandero, su casa
estaba llena de hierbas y pócimas, el olor de aguardiente era dominante, a tal
punto que inundaba el ambiente. Luego pasamos por Chunchuquillo, dinámico y
acogedor centro poblado, formado por hombres y mujeres, de trabajo y de bien.
La
pendiente hace rugir al motor, la marcha se hace lenta y el sol sigue
calentando nuestro trayecto. Nos acompaña un abismo profundo que termina en el
seno del río Chunchuca, que en su cauce sinuoso con fuerza discurre. En el, hay
rápidos, pequeñas cataratas y apacibles remansos.
Un
Martín pescador (ave pequeña), sigiloso vuela en busca de alimento. En sus
orillas la flor del carrizo lo engalana.
El
carro se detiene, esta sediento. Burbujea el vapor del radiador, el chofer baja
con su galonera en busca de agua, aprovechamos la oportunidad para estirar las
piernas, nos bajamos y nos dirigimos a una finca que está instalada al lado del
camino. Nos internamos en ella, al entrar nos recibe un generoso naranjo,
cargado de naranjas, las cuales cogemos y comemos para calmar nuestra sed.
Más
allá no menos generosos están unos guayabos y unos guabos, ambos cargados de
frutos. En los cafetales, resaltan los cafetos rojos.
La
marcha se reinicia y seguimos cuesta arriba, admiramos el progreso de Palo
Blanco, así como al nos menos bello Tabacal, que destaca al otro lado del río.
Pasamos por piñas y llegamos a Chontalí, hermoso pueblo, formado por valerosos
ciudadanos que dan todo su esfuerzo para progresar.
Después de visitar a los amigos y disfrutar de la corta pero agradable estadía. Nos disponemos a regresar por el camino trajinado. El día va llegando a su fin, la luz del Sol se va extinguiendo y la noche raudamente va llegando. Un manto negro nos empieza a cubrir, este nos envuelve hasta dejarnos totalmente débiles e indefensos, no podemos ver ni a nosotros mismos. La oscuridad es total.
La máquina de cuatro llantas, empieza a rodar por el camino barroso, que horas antes habíamos transitado. Para poder avanzar, enciende sus pequeños faros, los mismos que emiten luces tenues. El camino por el que vamos, lo vemos con dificultad por eso la marcha se hace lenta. Por la vejez del Carro, el sistema eléctrico empieza a fallar, el trajinado alternador ya no tiene fuerzas para generar electricidad, por eso se hace difícil alimentar a los pequeños focos. La luz empieza a parpadear, primero es lento y luego se hace rápido hasta dejarnos en la absoluta obscuridad. El conductor bruscamente detiene la marcha, saca una linterna intenta reparar la falla. Abre el porta fusibles no encuentra nada averiado, con voz de cansancio y derrotado nos dice: El alternador se ha cruzado, no lo puedo reparar, pasaremos aquí la noche y partiremos al alba.
Después de visitar a los amigos y disfrutar de la corta pero agradable estadía. Nos disponemos a regresar por el camino trajinado. El día va llegando a su fin, la luz del Sol se va extinguiendo y la noche raudamente va llegando. Un manto negro nos empieza a cubrir, este nos envuelve hasta dejarnos totalmente débiles e indefensos, no podemos ver ni a nosotros mismos. La oscuridad es total.
La máquina de cuatro llantas, empieza a rodar por el camino barroso, que horas antes habíamos transitado. Para poder avanzar, enciende sus pequeños faros, los mismos que emiten luces tenues. El camino por el que vamos, lo vemos con dificultad por eso la marcha se hace lenta. Por la vejez del Carro, el sistema eléctrico empieza a fallar, el trajinado alternador ya no tiene fuerzas para generar electricidad, por eso se hace difícil alimentar a los pequeños focos. La luz empieza a parpadear, primero es lento y luego se hace rápido hasta dejarnos en la absoluta obscuridad. El conductor bruscamente detiene la marcha, saca una linterna intenta reparar la falla. Abre el porta fusibles no encuentra nada averiado, con voz de cansancio y derrotado nos dice: El alternador se ha cruzado, no lo puedo reparar, pasaremos aquí la noche y partiremos al alba.
Siguiendo
las instrucciones del conductor, nos acomodamos en la tolva de la camioneta y
nos disponemos a descansar. Al intentar ponernos a buen recaudo, un haz de luz
cae sobre nosotros y nos saca de la oscuridad. Sorprendidos por el hecho, levantamos
la mirada y vemos a la Luna, que se abre paso entre las oscuras nubes. En ese
momento, me digo a mi mismo: “Dios mío, que hermosa es la luna y está muy cerca
de mi”. Ingenuamente estiré mis manos intentando tocarla.
La
luna, despeja a las nubes oscuras. Hasta permitirnos ver el cielo azul y en el,
millones de estrellas prendidas. En minutos pasamos de la oscuridad total a la
claridad sideral. La luna y las estrellas reinaban en el firmamento. En ese
instante el camino lo podíamos ver con facilidad. No salíamos de nuestro
asombro, cuando sentimos que empezamos a movernos, no estábamos rodando sobre
el agujereado camino, estábamos volando sobre la ruta del camino. Una fuerza
extraña nos empujaba hacia adelante, era como un viento de abril, es decir fresco
y algo húmedo.
La
luz de la luna, se hizo más intenso, a tal punto que se reflejaba en las aguas
del río, convirtiéndolo en un espejo, que reflejaba la luz iluminando lo que
estaba a su alrededor.
En
el trajín, maravillado por el hermoso espectáculo que estaban viendo mis ojos,
dirigí la mirada hacia las montañas, hacia los gigantes inertes, que por cierto
todos estaban cubiertos con ponchos verdes, formado por los arboles. Sobre
ellos la luz era más intensa a tal punto que los penetraba, hasta su profundidad.
La intensidad de la luz que penetraba en las montañas, hacía que de ella se
emitan unas luces de color rojo intenso, era hermoso lo que estábamos viendo.
En
las entrañas de la montaña, habían muchos destellos, ¿Qué es eso? me pregunté.
Adrian me dice: Es oro. ¿Oro?, volví a preguntar. Sí, me vuelve a responder, en
estas montañas hay mucho oro, incluso en los ríos lo puedes encontrar.
Intuitivamente miré al río y efectivamente del fondo de sus aguas salían las
mismas luces, que eran rojas e intensas. La quietud era sin igual, los arboles
tranquilos se levantaban en su plenitud hacia arriba, en señal de vida.
Cerca
a nosotros habían árboles, al mirarlos noté que la luz también los penetraba,
pude ver sus cortezas y su composición interna, en ellos habían destellos
verdes claros con señales de color amarillo. La perfección era impresionante.
Las flores, las aves, los peces, las piedras, todos los animales eran
penetrados por la luz y de ellos también habían destellos de luces. Entre mí me
decía debe ser su aurea. Al mirarnos entre nosotros notamos que la luz también
nos penetraba, y emitíamos un destello de luz que justo salía de nuestros
corazones.
El
paisaje era bello, habían destellos multicolores que se reflejaban en el rio y
se levantaban en la noche oscura, cual holograma sideral, poético y misterioso.
Los haces de la luz nos habían llevado a las entrañas de la naturaleza, era una
gran radiografía de esa porción de la tierra.
¿Qué
es esto?, ¿Qué está pasando? Pregunté en voz alta. Adrian nuevamente muy
diligente me dice: Es una revelación, la madre tierra a través de la luna nos
está revelando, la esencia, la armonía y el equilibrio de este valle y de la
naturaleza en general. La esencia manifiesta que todo es energía, la armonía
refleja que todo debe estar en su lugar y el equilibrio proyecta la divina
proporcionalidad. ¿Revelación? ¿Por qué a nosotros? Adrian murmuró, la madre
tierra quiere que le digamos al mundo que es imperativo que la respetemos, que
no todo es dinero y que el tiempo se está agotando.
¿Cómo
sabes eso? Le pregunté. Soy descendiente de maestros espirituales, me
respondió. Mi abuelo fue un gran maestro curandero, tenía el don de conversar
con los animales, de ver el futuro a través de las estrellas. En noches
serenas, salía al campo se sentaba sobre las verdes hierbas y extendía los
brazos abriendo su pecho, dirigiendo su mirada al cielo, y a la vez entonaba
una canción.
En
sus últimos días me contó que algo similar a esto le había sucedido. Por eso
dedicó su vida a cuidar y a defender a la naturaleza. Al terminar su alocución,
Adrian, inclinó su mirada, estaba muy triste, algunas lagrimas brotaron de sus
ojos. ¿Por qué lloras?, le pregunté. Con la voz entrecortada me respondió: me
preocupa la revelación. Sucede, que hace unas semanas atrás, nos ha llegado la
noticia que varias corporaciones extranjeras estarían viniendo con sus
maquinarias a realizar exploraciones y que luego harán la extracción del oro.
Dicen que la dirección de concesiones del Ministerio de Energía y Minas, les habría
dado en concesión todas estas montañas, así como la autorización plena para que
puedan usar las aguas de nuestros ríos.
En
estas montañas he vivido toda mi vida y a si como yo, mis padres, mis abuelos y
los padres de mis abuelos. Todo lo mágico que se nos ha revelado, desaparecerá.
Las corporaciones son fuertes, tienen el apoyo del gobierno, y nos han dicho
que debemos retirarnos para que puedan trabajar con libertad. Si ponemos
resistencia, vendrá la policía a poner orden. Puse mi mano en su hombro intentando
calmarlo.
Mas
el tiempo siguió pasando, sin darnos cuenta, estábamos cerca a Chunchuquillo,
la camioneta estaba rodando las luces se habían arreglado, la hermosa luna con
su intensa luz, muy rauda, como vino se fue y del espectáculo fulgurante solo
quedaba en nosotros un grato recuerdo. Sugerí que durmiéramos en Chunchuquillo
y así lo hicimos.
Al
Instante nos quedamos profundamente dormidos. El ajetreo de la vida cotidiana
me despertó, al hacerlo estaba en mi habitación, busque a la vieja camioneta y
a mis amigos pero no los encontré, todo había sido un sueño. Prendí la
televisión y me encontré con el reclame de la película 2012 y con las noticias
que daban cuenta del fracaso de la cumbre de Cophenague, los noticieros
afirmaban que el fracasó era producto de la arrogancia y la soberbia de ciertos
líderes mundiales, que no quieren entender que con sus actos nos están llevando
al despeñadero.
Los
diarios hablaban del calentamiento global. Camino hacia mi trabajo voy pensando
en lo que se me había revelado, sin embargo, el mundanal ruido producido por
las bocinas de los carros, no permitió que me concentre, tuve que contener la
respiración porque un bus pasó junto a mí, emitiendo grandes cantidades de humo
negro los cuales se iban hacia el cielo lacerando su ser. Aceleré la marcha
porque un conductor al frente de su viejo automóvil amenazaba con atropellar mi
humanidad, este avanzaba a toda velocidad sin respetar las señales de tránsito.
Ante todo esto la tierra sigue girando, el sol sigue brillando y la luna a las
noches iluminando, mas el hombre sigue actuando dopado por la codicia y la
vanidad. Y en mi, están las luces de la montaña.
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