Por: Luis García Rojas
Hace poco falleció el dictador argentino Rafael Videla. Murió en prisión,
sin jamás arrepentirse de nada. Aquí Alberto Fujimori tampoco se arrepiente de
nada, pero exige su libertad. ¿Perdonarán a Ollanta Humala sus electores, la
historia, si lo indulta ahora?
Videla ha tenido el mérito de morir en su ley. Ha muerto como lo que es, un
fascista sin arrepentimiento y un jefe de asesinos que creyó que estaba
cumpliendo un deber patriótico exterminando gente. Pero no pidió perdón, ni
tampoco estuvo merodeando la figura de la amnistía, ni del indulto, ni del
sobreseimiento, ni de la conmutación de penas. Murió arrogante, como lo que es.
Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo un
supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido
construir. Si Humala se lo da, cometerá una ofensa gravísima a las víctimas, a
sí mismo, a sus promesas y al honor del cargo.
-Una lectura de la salida de Eda Rivas de Justicia es que ella era un
obstáculo para el indulto. Usted, además, no descarta una alianza de Humala y
el fujimorismo. ¿No sería esto un suicidio político?
Cuando uno olvida sus promesas y cuando arroja al tacho su propio programa,
ya nada sorprende. Cuando uno cruza la línea de lo que puede ser permitido,
nada puede ser excesivo, ni atroz, ni sorprendente. Me puedo imaginar una
alianza, si no inmediata, mediata, entre el nacionalismo y el fujimorismo,
alrededor de tres o cuatro ideas. Yo de Humala no espero casi nada, no espero
nada. Es decir, de Humala espero todo.
-Mientras todos hablan de una reelección conyugal, usted descarta la
postulación de Nadine. ¿Realmente cree que no lo hará?
Creo que no podrá, no digo que no quiera, pero hay demasiadas restricciones
formales y políticas que no podrá vencer. Además, el ejercicio casi pleno de
autoridad que hace ahora la va a fatigar; al 2016 ella va a llegar un poquito
cansada de gobernar.
-Esa idea se ha asentado en muchos tras el intento de compra de Repsol. Si
ella es “el sentido común de la derecha”, ¿qué sentido común representa Humala?
El del Ejército, probablemente; no velasquista, sino uno replegado, lleno
de culpas, de infamias, lleno de merecimientos también, pero que ya no es
fuente de doctrina ni de ideología. Humala es el intérprete de una cierta
autoridad arbitral dentro del sistema liberal, que es el papel que le asigna al
Ejército. Sus horizontes terminan ahí; él no tiene otra perspectiva ni personal
ni programática. El nacionalismo de Humala es un cascarón vacío de ideas.
-Si Humala representa eso, y Nadine no postulará, ¿cuál es el horizonte del
nacionalismo entonces?
Breve. Es un fenómeno episódico y minúsculo. No hablamos de un partido con
fundamentos o que pertenezca a una organización internacional. Es una anécdota
personal que tuvo su apogeo en 2011 al ganar las elecciones, azarosamente, con
votos prestados, y terminará en tanto Humala termine como presencia política.
Muere el nacionalismo y se acabó, como murió el odriismo, el pradismo, todos
los ismos y los caudillismos por más que se disfrazaran. El pierolismo se
disfrazó de partido demócrata, el cacerismo de partido nacional. Pero estamos
hablando de caudillos del tamaño de Piérola, Cáceres, Odría, y ahora hablamos
del cositismo; este es el cositismo.
-¿Ve posible que Alejandro Toledo pueda ser el candidato aliado del
nacionalismo en 2016?
Pero esa es una alianza entre dos medianías en trance de disolverse. ¿Qué
es el partido de Toledo? Él tampoco es una alternativa. El 2016, pase lo que
pase, fuese cual fuese el anecdotario, la derecha va a ganar. Gana la derecha
con candidato propio o con uno prestado que ofrezca un programa de centro que
luego traicionará.
-Steven Levitsky ha dicho que el ‘Consenso de Lima’, que está más vigente
que el de Washington, logró doblar las intenciones de cambio de Toledo, García
y Humala.
Nada puede evitar que la derecha gane excepto que la izquierda sea una
alternativa que encandile, que entusiasme al pueblo, y no lo está haciendo. No
tienen posibilidad, ni programa, ni liderazgo, ni modernización; es una
izquierda que no se ha aggiornado, que sigue pensando que en Cuba hay una
revolución, cuando en Cuba hay una gran decadencia, una ruina fotografiable.
Con una izquierda así, pensando que la dictadura del proletariado está
encarnada en Cuba, y quizá en Corea, ¿qué espera?
-¿Y no es posible que aparezca una alternativa de centro?
Lo que tiende a aparecer es una izquierda ambientalista, que considera que
el problema es planetario, que el modelo de desarrollo es insostenible, que lo
que venden como crecimiento no es tal, lo que venden como consumo no es
felicidad, lo que venden como metas a seguir no son metas, sino suicidios
ecológicos. Esa izquierda está germinando. Tierra y Libertad es una expresión
de eso, todavía en semilla, pero está. Es una esperanza.
-Hablando de la izquierda, hace poco murió Javier Diez Canseco. ¿Qué
significa su partida para el país?
La muerte de Javier es un vacío enorme, es de los irremplazables. Javier no
tiene recambio; nadie que pueda sustituirlo como referente, como figura, con
convocatoria personal. La izquierda ha descuidado mucho sus cuadros, la
construcción partidaria o frentista, y buena parte del funcionariado liberal de
hoy se nutre de las filas de exizquierdistas que han pasado a vivir bien
sirviendo al sistema. No olvide quién fue Favre; un revolucionario, casi
extremista, trotskista, apocalíptico, dueño de discurso de incendio mundial del
sistema, y mire dónde está.
-Diez Canseco fue un gran luchador contra la corrupción. Se le impidió que
dirigiera la Megacomisión y ahora este grupo pide una acusación constitucional
contra Alan García, quien parece asustado. ¿Prosperará?
Si viviéramos en un país decente, no tengo dudas de que esto se convertiría
en un proceso judicial formal, y eventualmente en la cárcel del señor García,
que es donde hace rato debía estar. Si no hubiese prescripción ni
sobreseimiento, tendría que estar en la cárcel. Espero que ahora haya una
reivindicación de la justicia y se pueda convertir en el proceso que hace rato
debió afrontar el señor García.
-Si, como dice, en 30 años Humala será recordado en medio párrafo en las
enciclopedias, ¿García cómo debería pasar a la historia?
Como el protagonista del segundo tomo de la corrupción en el Perú. Si se
trata de párrafos y libros, ahí está su papel, tapa y contratapa. Es un maestro
inigualable del confort mal habido, del dinero negro, de la comisión indemostrable,
de la coima sin huellas y del saqueo del erario público. Y que me enjuicie si
se atreve.
-Si Nadine no postulará, García llegará al 2016 manchado por las
investigaciones, Toledo sigue en el lío de las propiedades de su suegra, Keiko
perdida con el indulto, y la izquierda no existe, ¿no es el escenario perfecto
para algún outsider, un Antauro?
¿Pero qué es un outsider en Perú? Fujimori, Kuczynski, Humala lo eran… En
realidad en la política peruana tan destruida, sin partidos, o con estos tan
corrompidos, ya todos son outsiders, transeúntes, repentistas. Que pueda
aparecer cualquiera, ajeno, sí, pero sería lo mismo. Mientras el electorado
tenga esa resignación, de aceptar los contrabandos, que un candidato incumpla
su programa, que la derecha gobierne ganando o perdiendo, estos desarrollos
electorales o jornadas cívicas serán rituales. Seguiremos en lo mismo al margen
de quien gane. La política peruana es una fiesta de carnaval veneciano, con
máscaras, donde nadie sabe quién es quién, con promiscuidad, donde la señora
sale encinta y no sabe de quién.
-¿Qué ha hecho más daño a la política, la corrupción o este constante
transfuguismo?
La destrucción de la vida partidaria. El Apra es un club de amigos de Alan,
el Partido Comunista es un cascarón vacío, el Partido Socialista ya vemos, la
democracia cristiana dejó de existir y dio paso al PPC, que es un club
aristocrático nacional con ciertas pretensiones, y los demás son ismos de bolsillo.
En un mundo sin partidos, la posibilidad del figuretismo frívolo, de la anomia,
y de lo anético, es una gran posibilidad. Chile tiene aún en eso la ventaja de
haber conservado partidos, y Colombia. Ecuador es un caso especial, donde Corea
sustituye al partido, con su personalidad que genera ilusión. Evo es otro
caudillo que no necesita de partidos. Pero son casos atípicos. En Perú no hay
ni uno ni lo otro. El drama del pueblo es que está irrepresentado. La
franquicia pueblo no está representada.
“Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo
un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido
construir”
“Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es decir, de Humala
espero todo”
“Nadine, al 2016, va a llegar un poquito cansada de gobernar”
“Soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos”
-Usted ha dicho que a la prensa, al periodismo, le falta o ha perdido
capacidad de indignación. ¿Cómo ve al periodismo peruano en tiempos de esta
aparente democracia, del piloto automático?
Hay dos miradas. En la prensa escrita la hegemonía de la derecha es
clarísima, aunque legítima, pues la izquierda no puede construir medios. La
otra es la radio y la televisión. Creo que es el peor momento de la televisión
informativa del Perú. Esto comenzó cuando la derecha se dio cuenta de que no
podía dar concesiones. Y ha terminado con esta monotonía, esta cacofonía
editorial que es la televisión. Todo está bien siempre que esté dentro del sistema.
Ningún cuestionamiento esencial, ningún debate sobre cosas de verdad
importantes. Se puede atacar a ministros, pero no al sistema. Eso produce esta
grisura unánime de la televisión.
-¿Y la radio?
La radio es patética; solo hay una y está en manos de Alan, porque dos de
sus mayores locutores son empleados suyos y porque él trató bien a esa emisora
en su segundo periodo. No pretende informar sino adoctrinar. Son medios
masivos. La prensa escrita es lo exquisito. Pero la gente forma opinión con la
televisión y la radio. Soy de prensa escrita pero reconozco mis limitaciones.
-Pero usted ha hecho televisión mucho tiempo.
Sí, y me botaron por eso. Yo fui el último de los entrometidos, topos,
detectado a tiempo y arrojado de la televisión.
-¿Sigue sin extrañarla un poco?
Ahora menos que nunca. No la extraño nada.
-¿Aun si le ofrecieran un espacio libre?
Si tuviera que descuidar el semanario, no lo haría. Ni siquiera lo
pensaría. No quisiera ser, además, la cuartada para que se dijera que hay
libertad de expresión. “Ahí está Hildebrandt”, como alguna vez dijeron. No
quisiera volver a ser esa coartada.
-¿Sigue pensando sacar un libro sobre su paso por la televisión?
Lo he parado porque el semanario es una dulce esclavitud. No hago sino leer
y trabajar en el semanario. La mitad del tiempo leo, y la mitad trabajo. No sé
si lo terminaré.
-Y con la televisión, ¿ha tenido una relación de amor y odio, o más odio
que amor?
La televisión me enamoró, yo nunca sentí por ella amor. Tuve una relación
pragmática; sabía de su cobertura, de su poderío, lo que se podía hacer y me
interesaba. Pero nunca me enamoré en el sentido que nunca me creí el hombre
poderoso, ni el constructor de opiniones, ni el corrector de defectos, ni nada
de lo que decían. Nunca me la creí. Siempre supe que era fugaz e ilusoria.
Entonces, cuando me fui, no me suicidé ni deprimí. Cuando me fui echado,
además. La televisión tiene un mérito, la intensidad, la inmediatez y su
influencia. Pero tiene un demérito peligrosísimo: exige un nivel elemental del
lenguaje y contenido. A uno lo apagan si quiere ser fino. La televisión exige
lenguajes primarios, guiones muy precocidos. Uno termina con el léxico
lesionado, elemental.
-¿Guarda rencor a alguien?
No, no tengo tiempo de rencores. El rencor destruye al que lo siente, no al
destinatario. No he tenido tiempo de sentir rencor, y creo que tampoco debería
haberlo sentido. He librado batallas, ganado algunas, perdido otras, he sido
combatiente crónico, he tenido encontronazos y muchos afectos y filiaciones.
Así que para mí el saldo es magnífico. No recuerdo nada que me avergüence y
nada que me haya lesionado. He seguido mi camino modestamente, obstinadamente,
y nadie puede decir que me compró o alquiló. Y ahora podría decir ni que me
melló. De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o menos ileso, con el
mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma energía. Y no tomo
nada, solo decisiones.
-En 2011 decía que “Hildebrandt en sus trece” es una satisfacción porque se
puede dar el lujo de escribir lo que le dé la gana sin depender de la
publicidad. ¿Es a lo que se debe aspirar?
No creo que nadie que escribe en prensa no sueñe con tener el medio donde
no le deba a nadie, que pueda ejercer la libertad con las restricciones de la
responsabilidad. Cuando digo que escribo lo que me da la gana, no es lo que me
nazca del forro o de la ira o de un mal momento, sino lo que razonablemente
pueda decir con respaldo documental.
-Ahora que está casado con Rebeca, ¿siguen durmiendo en casas separadas?
Es un arreglo a lo Woody Allen; ella vive al frente, cruzamos y nos
encontramos. En realidad vivimos juntos, pero en departamentos separados,
porque cada uno requiere de espacios y eventuales soledades, aislamientos, que
mutuamente respetamos. Es una buena solución. Somos dos personalidades fuertes
y a veces estas pequeñas lejanías nos hacen bien. Cuando estamos juntos somos
absolutamente felices.
-Entonces se define como una persona feliz.
No tengo dudas. Soy una persona feliz y creo que soy la versión más feliz
de mí mismo en estos momentos. Al final, la felicidad es una suerte de
sabiduría adquirida, la pasión excesiva no necesariamente trae felicidad. Y con
los años uno puede priorizar de una manera un poco más prudente lo que vale la
pena. Y lo que tengo ahora es eso, lo que vale la pena.
“De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o
menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma
energía. Y no tomo nada, solo decisiones”
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