POR: Gustavo Gorriti
Reproducción de la
columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2322 de la revista ‘Caretas’.
Poco
antes de entregarse a las autoridades del régimen de Nicolás Maduro, uno de los
dos líderes centrales de la oposición democrática venezolana, Leopoldo López,
expresó su estrategia en medio de la arenga.
“Nosotros juntos tenemos que estar claros que tenemos que construir una
salida” clamó López ante los manifestantes, “… esta salida, hermanas y hermanos,
tiene que ser pacífica, en el marco de la Constitución, pero también tiene que
ser en la calle”.
La
estrategia de la no-violencia ha probado reiteradamente su eficacia, aunque no
su infalibilidad. Su fuerza radica fundamentalmente en dos armas (utilizo
intencionalmente esta palabra) aparentemente contradictorias pero realmente
complementarias: la superioridad moral y la vulnerabilidad física.
Frente a
gobiernos tiránicos, corruptos o ambas cosas a la vez, que cuentan con casi
todos los instrumentos y recursos de la fuerza y la emplean sin pensarlo mucho,
la decisión crucial de quienes los enfrentan es qué modo de lucha utilizar en
forma exclusiva o preferente.
¿Estrategias
de insurrección que se decidirá por la vía de las armas o de protesta que se
expresará por la resistencia desarmada? ¿Mao o Gandhi? ¿Lenin o Tolstoy? Hoy,
la disyuntiva parece claramente resuelta, pero no lo fue en absoluto durante
los años decisivos del siglo XX, cuando el destino de continentes enteros
dependía de elegir la mejor estrategia y aplicarla con talento, coherencia y
perseverancia.
Mientras
Gandhi marchaba en la India, ofreciendo la sencilla indefensión de su cuerpo y
la evidente justicia de su causa como un mensaje carismático y movilizador; Mao
recuperaba al partido Comunista chino de su casi aniquilación por Chang
Kai-shek, y lo llevaba, a través de una épica sucesión de campañas y combates,
a la conquista del poder en toda China por medio de la inapelable victoria
militar.
Al final
del siglo, luego de muchos avances y más desvíos y retrocesos, la estrategia de
la no violencia se hizo predominante, sobre todo al lograr el cambio de régimen
en las naciones del llamado ’socialismo real’ cuya partida de nacimiento,
lustros atrás, había sido a través de la fuerza y la violencia.
Aunque
hay democracias que nacieron luego de la guerra y de una revolución armada (la
república de Irlanda, por ejemplo), hoy sería poco probable que una revolución
genuinamente democrática buscara triunfar y prevalecer a través de una
insurrección armada. Hace poco, los conmovidos homenajes a Nelson Mandela se
centraron casi exclusivamente en su magnífica fuerza moral y en su papel de
unificador pacífico de la nación pos conflicto, pero recordaron poco su cercana
relación con la resistencia armada contra el Apartheid.
Así que
ahora hay pocas dudas. El cambio de gobierno de un régimen autoritario a otro
democrático debe ser a través de las estrategias no violentas de una revolución
pacífica.
Y ese es el camino que tiene la oposición
democrática en Venezuela ante un régimen torpe, corrupto y poco hábil, pero
dispuesto a resistir y que cuenta, además, con una todavía importante base
social.
"La
estrategia de la no-violencia ha probado reiteradamente su eficacia, aunque no
su infalibilidad".
En un
escenario así, la lucha no violenta será probablemente difícil, penosa y a
veces desbordada, otras acompañada, por la violencia.
De la
resistencia pasiva y la acción directa no violenta a la indignación movilizada
de multitudes –que suele ser la etapa final de la lucha– el camino es muy
difícil para los dirigentes y los cuadros intermedios. Uno no elude el arresto
sino lo enfrenta –como lo acaba de hacer Leopoldo López–; uno arrostra y padece
la fuerza superior del otro pero lo desacata moralmente en todo momento, lo
desafía y desconoce su autoridad mientras aguanta con entereza la represión del
tirano. Eso puede significar prisión rigurosa, tortura, quizá muerte; y la
eficacia de la estrategia aplicada consiste en transformar ese sufrimiento en
indignación colectiva, repudio internacional y ambos en una movilización
creciente.
Hace
pocos días, Humberto Ortiz describió en un artículo los paralelos entre la
resistencia al fujimorato el año dos mil en Lima, con la situación actual en
Venezuela.
Es cierto
que hay muchos paralelos y aspectos comunes en ambas luchas, aunque hay también
algunas diferencias significativas. El peso específico de Estados Unidos, por
ejemplo, más importante en el Perú del dos mil que en Venezuela hoy; y el hecho
de que la lucha contra el fujimorato pudo concentrarse y focalizarse en una
batalla: la lucha contra la re-reelección y el masivo tinglado de abuso, fraude
y manipulación que lo acompañó. Eso concentró energías en un período relativamente
corto, en el que el entusiasmo no se desgastó por la fatiga.
En general, las
mejores campañas finales contra una tiranía son anaeróbicas: cortas, intensas,
enérgicas y emocionadas. Cuando no se han calculado bien y fallan, hay que
pasar a las campañas aeróbicas, que requieren resistencia, imaginación,
creatividad y, sobre todo, un inmenso coraje, que transforma el atropello
sufrido, el abuso enfrentado, en indignación creciente.
¿Qué aspectos de la lucha de
entonces pueden ser útiles a los venezolanos ahora? Hay muchos, pero me parece que
sobre todo los siguientes:
• Hasta
empezada la campaña por la segunda vuelta el año dos mil, la correlación de
fuerzas era abrumadoramente favorable al gobierno de Fujimori-Montesinos. La
sola idea de enfrentarlos, no se diga de la posibilidad de derrotarlos, parecía
quijotesca, alucinadamente imposible. Recuerdo uno de esos mensajes que iban y
venían de un lado al otro. En este caso fue uno del SIN: “Acepten la realidad.
Ustedes están volando un Cessna, pero nosotros ya hemos despegado en el
Concorde”. Fue una fanfarronada poco feliz; pobre Concorde.
• En
semanas las cosas se voltearon. ¿Cuándo
me di cuenta que teníamos una posibilidad real de vencer? Cuando ganamos
las calles y las plazas, especialmente luego que Fujimori fuera corrido por
contramanifestaciones masivas en Chimbote, Ayacucho y, sobre todo, Arequipa.
Cuando Toledo podía convocar un mitin a cualquier hora y llenar una plaza dos
horas después o lograr que los manifestantes de un puerto lo esperen hasta las
tres de la mañana para escucharlo como se escucha la buena nueva de la
libertad. (¡Qué pena, de paso pero qué pena que toda esa esperanza se haya
defraudado!).
En la Marcha de los Cuatro Suyos el régimen
fujimorista ya no tenía otra base social movilizada que no fuera la represiva,
la burocracia y el empresariado cómplice. La calle fue nuestra. Y un día
después, cuando la corrupta cúpula militar tuvo miedo de desfilar y constriñó
la Parada de Fiestas Patrias al interior del Pentagonito, tuve la certeza de
que, si no se cometía un error terrible, el desenlace no iba a tardar. Y no
tardó.
También
en Venezuela, hay que ganar la calle para vencer. Quizá sea muy difícil, quizá
el momento esté más cercano de lo que parece. Pero no se debe ganarla
convirtiéndola en un campo de batalla, sino por una continua superioridad
moral, de decisión, convicción y valentía.
Ojalá, venezolanos, que los Cuatro Suyos marchen
pronto por las calles de Caracas. Ojalá que conquisten una libertad que les
mantenga el orgullo por el resto de sus vidas y que no sea marchitado, como
aquí, por la precariedad y el desengaño
Publicado
el Jueves 20 de febrero, 2014 a las 18:01 | RSS 2.0.
Última actualización el Jueves 20 de febrero, 2014 a las 18:17
Última actualización el Jueves 20 de febrero, 2014 a las 18:17
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