Escribe: Gabriela Wiener
La
putrefacta Odebrecht lleva años realizando sus operaciones turbias fuera y
dentro del Perú, pero no termina de caer, tampoco sus socias locales
intocables. Siguen operando entre algodoncitos de azúcar convenientemente colocados
por los gobiernos de turno. El de PPK no es la excepción. El tinglado que se
han montado los dueños del Perú, quinquenio a quinquenio, para repartirse las
arcas deja ver con transparencia toda la mugre, los hilos de la tramoya. Ellos
roban, los otros les dan concesiones, sobrecostos y los protegen desde sus
comisiones de pacotilla a cambio de algunos fajos de billetes. Y los peruanos
perdemos.
Poner a
Albrecht, a Beteta y Mulder en una comisión para investigar uno de los casos de
corrupción más indignantes de los últimos años es como darle las llaves de tu
casa a la banda de los Destructores. Ya teníamos a los fujimoristas en las
comisiones de derechos humanos; a los fanáticos religiosos legislando sobre el
aborto y ahora tenemos lo que nos faltaba: los corruptos en la primera fila de
la lucha anticorrupción. Ese es nuestro Congreso, un baile de máscaras de
inmoralidades varias.
La
corrupción en el Perú es como una hidra con todas sus cabezas voraces. No la
matas cortando un solo cuello. Está en el Congreso presidiendo comisiones, se
pasea por los ministerios, nos habla en la prensa, campea en la empresa
privada. La más perversa de sus cabezas nos mira fijamente mientras se
institucionaliza el saqueo de las arcas públicas. Oh nuestras pobres instituciones,
que apenas se sostienen a sí mismas, son los pilares sobre los que descansa ese
sistema tragicómico. Al entregarlas definitivamente a la mafia no solo estamos
entregando el país a la hidra, sino que estamos jugándonos al azar su propia
subsistencia. Advertidos estamos.
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