Escribe: Gerardo Alcántara Salazar (Doctor de la Universidad de Buenos Aires, Área
Ciencias Sociales, Catedrático
de la Facultad de derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos)
Uno de
los problemas mayores de la Educación como carrera profesional en el Perú es
que los educadores dedican su vida a indagar, más mal que bien, no lo que deben
enseñar sino cómo enseñar lo que aún no han logrado saber: lo que deben
enseñar. El
resto de su vida lo dedican descifrar los triviales enigmas que los burócratas
del ministerio de educación lanzan como “directivas”. Las
consecuencias son tratar a los escolares peruanos como a minusválidos mentales
y lograr que la educación peruana se ubique entre las de menor rendimiento a
nivel global.
Cuando
me incorporé, por primera vez a la Escuela de post grado de La Cantuta, de la
que actualmente soy catedrático nombrado, un experto en pedagogía me dijo,
textualmente: “¡Qué pena que se haya usted dejado ganar por los conocimientos!”
Esto
sucedió en verano de 1996. En el año 2000 tuve una increíble experiencia,
también en La Cantuta, a propósito de los cursos de capacitación para unos
2,500 bachilleres en educación que debían obtener la licenciatura. Quedé
sorprendido al ver que se designaban profesores, sin discriminar de acuerdo a
la especialidad, para redactar cursos diversos, por ejemplo el de
globalización. Estos textos se distribuían al cien por ciento de los
profesores, nuevamente, sin tener en cuenta que un profesor sea especialista en
música, matemática, biología o historia para que procediera como disertador; y
también a los bachilleres que postulaban a la licenciatura. Pero mayor sorpresa
la obtuve al recibir el texto “Tecnología educativa”, esta vez sí escrito por
un experto en la materia. El autor parecía haber renunciado al lenguaje normal,
porque su texto –si es que se podía considerar como tal- era una mezcla de
rayas, cuadros y esquemas de toda índole, como si el asunto fuera jugar a
descifrar enigmas. Fue un texto no para comprender, sino adivinar o descifrar.
Fue el único texto que nadie entendió, porque a ese extremo llega el
pedagogismo.
Y lo
más insólito es la pretensión de formar excelentes profesores menospreciando el
conocimiento, la reflexión, la crítica y todas las expresiones teóricas. Este
es el caso, nada menos que del pedagogo más famoso del Perú, Walter Peñaloza,
quien con la intensión de sobredimensionar la importancia de las
“competencias”, propone para el Perú de la Era de la Globalización, una
educación que convierta a las personas en artesanos y labriegos
preindustriales. Este es su leiv motiv:
“Conocer,
analizar, entender, fundamentar son actos intelectuales, poseen carácter
cognoscitivo. Respetar múltiples hipótesis, valorar, asumir una postura crítica
y responsable son actitudes personales y ciertamente altamente deseables. Los
primeros son actos internos, en cierta medida superficiales cuando se los
compara con los segundos, que son actos internos más profundos. (…) Pero los
puros actos internos no son competencias. Esa es la funesta equivocación. Aquí
se está produciendo un trastrocamiento inadmisible. La palabra “competencia” se
ha convertido, de hecho, en “acto síquico”: conocer, entender, analizar,
valorar, ser responsable. (…) Eso es lo que los buenos profesores de antaño
deseaban y muchas veces lograban: que los alumnos conocieran, analizaran,
fundamentaran, fueran responsables y críticos. ¿Qué ha cambiado? Nada. La
posición sigue siendo la de aquellos profesores, pero siempre y
fundamentalmente cognoscitiva, pues lo esencial era proporcionar conocimientos.
Lo que interesa es el dominio –por parte de los alumnos− de una materia
científica y, con respecto a los conocimientos, se desea que los alumnos sean
analíticos, reflexivos, críticos y que valoren dichos conocimientos. La única,
extraordinaria “innovación”, la que parece colocarnos en la cresta de la ola
actual, es que esos actos internos ya no se denominan “desarrollo del
intelecto” sino “competencias”[1]
El desprecio a los conocimientos por el experto
convertido en mito es no solamente absurdo, aunque legitimado por sus pares,
por aquellos “pedagogos” que en vez de orientar a los educandos al logro de los
estándares más sublimes de la ciencia, la tecnología, las artes y las
humanidades, piensan que el destino inevitable de los escolares es la de
terminar como trabajadores manuales. Walter Peñaloza falleció algunos años,
pero quedan sus ideas expuestas en libros, aparentemente innovadores, además de
lo que podríamos como sus discípulos históricos, actualmente vinculados al
ministerio de educación, de una u otra manera, con estatus de gurúes sagrados,
habiendo uno de ellos incluso desempeñado la función de ministro de educación.
Tal como ha sido diseñada la Educación como carrera
profesional, lo único que puede garantizar en los procesos de selección de
estudiantes a las universidades más exigentes como la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos y la Universidad Nacional de Ingeniería, es un rotundo
fracaso. Todos los postulantes preparados solamente en colegios del estado, si
es que no han recibido preparación extra, fracasan sin excepción en el intento.
La educación preuniversitaria es muy deficiente, porque a los maestros no se
los forma para ser “matemáticos”, “físicos”, “químicos”, “biólogos”, etc., sino
“pedagogos”, una entelequia que puede decir mucho, pero que en realidad no es
más que un concepto en el que se amparan los educadores para no decir
desconocen el contenido de las materias que deben enseñar. Porque la pedagogía,
sobre todo la que instrumentalizan los educadores peruanos carecen de atributos
mágicos como para reemplazar a los conocimientos. Y sin conocimientos altamente
calificados, ¿de qué pedagogía estamos hablando? Quién no sabe qué enseñar
tampoco sabe cómo hacerlo.
Por la
década de los noventa, una niña que terminó la primaria en el mes de diciembre,
durante las vacaciones recibió –por adelantado- el curso completo de
matemáticas, a cargo no de algún pedagogo o pedagoga, sino de una licenciada en
matemática pura.
Como las clases en los colegios fiscales se inician en
el mes de abril, durante enero, febrero y marzo, la niña estudió con la experta
en matemática el programa completo correspondiente al primer año de secundaria.
En la segunda semana del mes de abril, a dos semanas de haberse iniciado el año
escolar, la profesora de matemática del colegio fiscal, tenía alguna queja
contra la alumna. Decía que la niña sonreía en clase y que eso mortificaba a la
profesora. Cuando a la niña se le preguntó el motivo de su sonrisa en las
clases de matemáticas, contestó del modo más natural, sin alarde de sapiencia,
sino de un modo casi inocente que era gracioso cómo la profesora enseñaba
“matemática para mongolitos”.
Tal como se forma al profesor estándar, éste parte de
un criterio implícito: que los escolares, sin excepción, son algo así como
deficientes mentales y de ese modo se los trata.
Pensar que los escolares peruanos son niños especiales
sin inteligencia normal es no solamente falso, sino muy grave. Así como es
normal que los adolescentes que terminan la secundaria deben recibir recién la
preparación que los habilite para ingresar a las universidades públicas como
San Marcos y la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) por uno o varios años,
también es frecuente ver que adolescentes de catorce y quince años aprueban
esos exámenes de exigente selección sin ninguna dificultad.
Ni la niña que sonreía al ver cómo la profesora de
matemática trataba a los escolares como a mongolitos, ni estos niños que
precozmente aprueban difíciles pruebas de selección tienen, necesariamente,
inteligencia superior. El caso es que reciben clases particulares en sus
hogares por cuenta de especialistas. Muchos de los profesores de estos
escolares ni siquiera son profesionales sino estudiantes de ingenierías y
medicina. El problema crucial radica en que más del noventa por ciento de los
pedagogos especializados en ciencias, probablemente no aprobarían los exámenes
de selección a la UNI ni a Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Y no porque estos pedagogos carezcan de inteligencia normal, sino por
el paradigma peruano que así forma a los profesores.
T
tampoco debe entenderse como que la pedagogía es realmente innecesaria. Lo que
es innecesario es la falsa pedagogía. Cuando los escolares egresan de los
colegios y siempre que tengan respaldo familiar van a las academias
preuniversitarias, en cuyos ambientes reciben lecciones rara vez de pedagogos y
casi siempre de especialistas en las materias que el estudiante requiere saber.
Esto lejos de ser una novedad, ha sucedido siempre. En Lima metropolitana
funcionaron excelentes academias preuniversitarias, hasta que una norma
gubernamental determinó que la preparación para el ingreso a las universidades
tuviera lugar en academias pertenecientes a las mismas universidades.
La evidencia de que la educación peruana anda mal y
que el fortalecimiento de la carrera profesional en los términos
preestablecidos jamás tendrá éxito lo demuestran los centenares miles (en
realidad millones) de escolares que terminan la instrucción secundaria y solo
de manera excepcional logran superar las pruebas de selección de la Universidad
Nacional Mayo de San Marcos (UNMSM) y de la Universidad Nacional de Ingeniería
(UNI).
Pero estos escolares han recibido, con toda seguridad,
preparación extraordinaria, fuera de las aulas de la escuela, por parte de
especialistas en contenidos, no por pedagogos. La explicación radica, en que
salvo excepciones, los profesores de instrucción secundaria tampoco aprobarían
esos exámenes de selección, porque sus conocimientos son insuficientes, diría
muy insuficientes, debido a que no fueron preparados para tener conocimientos
adecuados en las materias que escogieron para especializarse, con la convicción
de que no son “matemáticos”, “físicos”, “químicos”, “economistas”, “filósofos”,
etc., sino “pedagogos”.
Por ese motivo, hasta hace unos veinte años, los
estudiantes que terminaban la instrucción secundaria y querían postular a las
universidades públicas paradigmáticas (Universidad Nacional Mayor de San Marcos
o a la Universidad Nacional de Ingeniería), así a como a las demás
universidades públicas, debían —inexorablemente— prepararse en las mejores
academias preuniversitarias, en las que la enseñanza no estaba a cargo de
pedagogos sino de especialistas en las materias que enseñan. Y Cuando el
gobierno decidió que esas academias fueran reemplazadas por academias de las
mismas universidades, el criterio sobre quienes debían enseñar en las
academias, es el mismos que el imperaba en las anteriores.
Debido a que el pedagogismo a la peruana es
insuficiente, ahora que PISA evalúa a los escolares del mundo, los peruanos se
ubican en el último lugar; y no es que tengan deficiencia mental, porque al
mismo tiempo, en las olimpiadas matemáticas a nivel mundial, los escolares
peruanos ocupan los primeros lugares. De manera general, los últimos en el
mundo; y de manera particular, primeros en el mundo.
Los estudiantes peruanos que triunfan en las
olimpiadas mundiales de matemáticas no son genios, ni el resto de los escolares
peruanos débiles mentales. Sucede que el promedio de los escolares reciben la
enseñanza del profesor estándar, mientras que los que triunfan tienen otra
clase de profesores.
Quien centra su mayor esfuerzo en saber enseñar lo que
no sabe qué va a enseñar es obviamente incompetente[2],
frente a quien ama y es competente en lo que va a enseñar, quien por el amor
que tiene a la materia que ha elegido está en mejores condiciones de elegir las
mejores estrategias para alcanzar los objetivos propuestos.
¿Esto
implica que la pedagogía es innecesaria? La actual “pedagogía” sí. Se hace
necesaria una pedagogía revolucionaria, basada en el conocimiento más avanzado,
en la creatividad. En la innovación total. La pedagogía actual es inútil,
absurda, innecesaria. Frente a la pedagogía que menosprecia los conocimientos,
es preferible profundizar en los conocimientos que se deben transmitir.
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