Escribe: Claudia Cisneros
No dejes que te roben ese
derecho. No dejes que te convenzan de que protestar es de extremistas o de
resentidos. Que no te amedrenten los corruptos que te señalan. Que no te
amilanen los medios de comunicación con sus interesadas o ignorantes preguntas
de tipo: ¿son de Movadef? Protesta, joven, protesta. Porque si tú no defiendes
lo que es correcto, lo que es justo, nadie más lo hará. Si tú no haces oír tu
voz, si no gritas con otros jóvenes en las calles, si no haces sentir tu
presencia y presión, nada tendrá opción de cambiar. Todo seguirá igual.
Vergüenza la de quienes
mienten, roban, engañan, abusan de sus posiciones de poder. Cotillo es
vergüenza. Vergüenza la de jóvenes periodistas que por ocio o flojera no se dan
el trabajo de conocer con más profundidad acerca de algún tema controvertido. Y
en cambio meten micro al facilismo de cualquier barrabasada que digan los
corruptos, como si eso fuera ser “imparcial” o “equilibrar una nota”.
Periodista, si dejas que al
micro un corrupto engañe sindicando de extremistas a quienes protestan, no
estás haciendo tu trabajo, estás ayudando a deformar la realidad, estás
promoviendo una estigmatización dañina no solo para la causa específica de esa
justa protesta contra la corrupción, sino para la causa general del derecho a
la protesta. Un derecho que algún día puede salvar tu vida o la de tu
familia.
Vergüenza la de los
periodistas no tan jóvenes, los que dirigen los noticieros, los programas
informativos, que dejan que esa estigmatización se haga pública a través de sus
programas porque… vende que puedan ser terrucos o porque tienen sus agendas
propias.
Joven, protesta porque solo
protestando existes, eres tomado en cuenta, ejerces ciudadanía, defiendes tus
derechos y los ideales de la patria cuando estos son ultrajados por la
corrupción disfrazada de oficialidad.
Cuando quien ejerce un
poder o autoridad la traiciona; cuando despreciando el bien común usa su
autoridad para procurarse un bien particular, su poder pierde legitimidad.
Deviene en tirano y la rebelión se legitima. Se defiende ese derecho desde la
antigüedad, pasando por el medioevo, la modernidad y hasta la actualidad. Así
lo dijo el pensador Tomás de Aquino en su “Gobierno de los príncipes”: “Se ha
de proceder contra la maldad del tirano por autoridad pública”; un poco antes,
en el siglo XII, Juan de Salisbury en su Policraticus escribió acerca del
derecho al tiranicidio como castigo al monarca o rey que viola el derecho.
Y si nos remontamos a la
modernidad, el propio patriarca del liberalismo, el contractualista John Locke,
postuló no solo el derecho sino el deber de los gobernados de rebelarse contra
las autoridades que infringen su mandato.
Si los liberales peruanos
tuvieran alguna pizca de coherencia en sus creencias, no solo aceptarían sino
que tendrían que promover la rebelión cuando la autoridad quebrantando la ley
se vuelve contra ella, “aquellos que las quebrantan [a la Constitución y las
leyes] y justifican por la fuerza esa violación [...] son los verdaderos
rebeldes en sentido estricto (…). Así pues, quienes usan la fuerza contra la
ley actúan como verdaderos rebeldes, puesto que vuelven a traer el estado de
guerra” (Locke, Segundo Tratado sobre Gobierno Civil. 1991: II, 226). Son los
traidores y corruptos los que rompen la metáfora del contrato social, y son
esos corruptos y traidores los que al romper el pacto con sus actos obligan al
estado de guerra: “Pondranse en estado de guerra con el pueblo, quien se
hallará en aquel punto absuelto de toda ulterior obediencia”. En este caso, la
guerra es una metáfora de la protesta y de la deliberación pública.
Basta ya de estigmatizar al
joven rebelde, inconforme, valiente que ocupando su lugar en la sociedad civil
le hace frente al corrupto en el país, en la casa de estudios, en la vida. Son
los jóvenes, como los de San Marcos hace unos días y desde hace buen tiempo,
quienes se atreven a desafiar al cancerígeno status quo de la corrupción que
hace metástasis en cada institución de la nación. Del tiranicidio del medioevo
a la resistencia civil de hoy, son los jóvenes quienes tienen la energía, la
fuerza, la convicción no corrompida. Ellos son la resistencia. Son ellos los
que nos dan un hálito de esperanza.
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