Por Gustavo Espinoza
M. (*)
Recientemente, el pasado 16 de abril, se recordó en
el Perú el 84 aniversario de un hecho infausto: el deceso de José Carlos
Mariátegui, ocurrido en 1930, poco antes del derrocamiento del régimen de
Augusto Bernardino Leguía, y de la instauración de una nueva dictadura, la
Sánchez Cerro, de triste recordación.
A la inversa de este episodio, el 14 de junio de
este año se celebrarán los 120 años del nacimiento del autor de “los 7
Ensayos…”, considerado con razón como la más importante figura nacional del siglo
XX. Y los preparativos para evocar ese acontecimiento, están en marcha.
Ya se conoce, en efecto, la Convocatoria y el
Temario del Simposio Internacional que habrá de celebrarse en Lima entre el 12
y el 14 de junio, y que culminará con un encuentro simbólico ante el monumento
que perenniza su memoria, en la ciudad capital.
Hablar de José Carlos Mariátegui en el Perú de hoy,
es aludir a quien introdujo en el escenario nacional el verdadero sentido de
patria. Y es que recogió el legado de la historia, lo estudio al calor de la
realidad concreta, y lo perfiló con un sentido de futuro pergeñando para el
país un nuevo modelo de desarrollo acorde con el avance de los pueblos.
Su mensaje nos enseñó cabalmente a comprender que
la vida nacional está menos desconectada y es menos independiente que lo que se
supone. Y es que el Perú -como lo dijo- “es el fragmento de un mundo
que sigue una trayectoria solidaria”. Ahora podemos
comprobarlo.
Mirando el antecedente con una certeza que confirma
la vida, en “El Alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy”, nos
habla de los Libertadores asegurando que éstos “fueron grandes
porque fueron, ante todo, imaginativos. Insurgieron contra la realidad
limitada, contra la realidad imperfecta de su tiempo. Trabajaron por crear una
realidad nueva. Bolívar -añadió- tuvo sueños futuristas.
Pensó en una confederación de estados indo-españoles. Sin este ideal, es
posible que Bolívar no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La
suerte de la independencia del Perú ha dependido, por ende, en gran parte, de
la actitud imaginativa del Libertador. Al celebrar el centenario de una
victoria de Ayacucho, se celebra, realmente, el centenario de una victoria de
la imaginación”,
Y ese ideario imaginativo del Libertador, ahora se
está convirtiendo e realidad de manera sostenida y militante. Los proceso que
tienen lugar en cada uno de los países de la región, así lo acreditan. La
Independencia de nuestros Estados -que asomó hace doscientos años como la
liberación “criolla” del yugo ibérico- tiende cada vez más a definirse
como la expresión de una voluntad soberana capaz de afirmar un nuevo
desarrollo, que ya puede definirse como la expresión del socialismo del futuro.
En torno al tema se ha especulado considerablemente
antes. Ciertos expurgadores de la historia han gustado hablar de “modelos” en
la construcción del socialismo, sin considerar que la lucha de los pueblos en
todos los tiempos y en todos los escenarios responde a realidades propias,
que está ligada a experiencias concretas y a expectativas que pueden
identificarse, pero nunca compartirse.
Conscientes de eso, los fundadores del socialismo
aseguraron que este no es -nunca lo fue- una receta única que pudiese aplicarse
en forma dogmática en cualquier realidad. Coincidieron en afirmar más bien, que
se debía, en todos los casos, reconocer los rasgos propios y buscar derroteros
originales. En la polémica con el APRA, con acierto ejemplar, Mariátegui
aseguró que el socialismo en el Perú “no sería calco ni copia, sino
creación heroica”.
Esta formulación constituyó no el rechazo a quienes
buscaban supuestamente “copiar” una experiencia foránea; sino al
contrario, a los que acusaban al autor de los “7 Ensayos…” de “extranjerizante”
y “europeísta” porque no tenía una visión estrecha y doméstica de la política,
sino una idea continental y mundial del desarrollo y de la historia.
El mensaje del Amauta diseñó la idea del socialismo
como pilar de la nacionalidad, sustentado en las experiencias del pasado, pero
entretejido con un escenario mucho más amplio, el que asoma en nuestro
continente a partir de las lecciones que fluyen de un proceso que es cada vez
menos local, y cada vez más latinoamericano y por lo tanto interdependiente.
Por eso resulta erróneo siquiera, suponer la
existencia de “modelos”. Aludir a ellos, en buena medida, fue en el pasado, un
esquema formal ajeno a las posibilidades reales de un proceso signado por
acontecimientos inherentes a cada país.
Lo que ocurre en los países de la región, es propio
de ellos, pero es común el anhelo de justicia, el afán de encarar las demandas
del pueblo y la firmeza combativa para preservar y defender la soberanía de los
Estados recuperando siempre la riqueza de las naciones. Justicia y dignidad,
por lo demás, no constituyen patrimonios nacionales, sino emblemas universales
que todos debemos sustentar.
No obstante, cabe subrayar como seguro marco del
socialismo, el de ayer y el del mañana; dos rasgos esenciales: la eliminación
de la propiedad privada sobre los grandes medios de producción, y un cambio de
clase en la conducción del Estado asegurando que éste sea liderado por los
trabajadores, y no por las aviesas y corruptas camarillas del pasado que
usurparon funciones a la sombra del Imperio.
A partir de estos rasgos, el ideal socialista en
cada uno de los territorios nacionales, tendrá por cierto, su propio e
intransferible diseño.
Plenamente consciente de ello, Juan Velasco
Alvarado, en 1970 hablando del proceso peruano que lideró de manera consecuente
y creadora dijo ante los industriales de América reunidos entonces en nuestra
capital: “También estamos convencidos de su propia singularidad
histórica, que nos obliga a encontrar soluciones propias y distintivas para
nuestros más críticos problemas; es decir, soluciones ajenas a las surgidas en
otras realidades; soluciones conceptualmente autónomas, soluciones que sin
deseñar el aporte positivo de experiencias de otros pueblos y de otras
realidades, responda al reclamo que hace más de cuarenta años formulara José
Carlos Mariátegui, para que algún día los peruanos, peruanizáramos el Perú”
La línea de identificación es la misma: el sueño de
los libertadores, la Independencia de nuestras naciones, la lucha de nuestros
pueblos desde Túpac Amaru hasta Sandino; las experiencias de ayer de Mariátegui
a nuestros días pasando ciertamente por Cuba Socialista y la obra de Fidel;
Juan Velasco, Salvador Allende y otros; que se anuda hoy con la experiencia
bolivariana de Venezuela, que sale airosa frente a duras confrontaciones; y los
avances innegables de otros pueblos y gobiernos que en Bolivia, Chile, Ecuador,
Nicaragua y El Salvador, afirman un curso verdaderamente transformador en el
que se dan la mano experiencias democráticas que ocurren en otros países de la
región y que ponen ante la derrota la política guerrerista y succionadora del
Imperio.
Para los peruanos de nuestro tiempo, como lo dijera
el martes 15 en la Casa del Amauta la Secretaria General de los “Amigos de
Mariátegui”, la pintora nacional Fanny Palacios Izquierdo, “Mariátegui
es lo que es, por todo eso. Por sus obras, por sus libros, por el escenario en
el que actuó y vivió, por su contribución al pensamiento nacional, por su modo
de apreciar las cosas. Pero, sobre todo, por su extraordinaria presencia.
Leerlo hoy es como leer lo que está ocurriendo en el Perú ahora. Y pensar en
sus enfoques referidos al escenario nacional o mundial, a las tareas de la
intelectualidad, a la importancia de la cultura, o a la lucha de los
trabajadores; es reivindicar como nuestro, un mensaje de clase que nunca
debiéramos abandonar”.
Tomar en cuenta todos estos elementos en esta
coyuntura de la historia, es considerar que, pese al tiempo y a la distancia, y
no obstante la cuantiosa carga del enemigo que acecha a nuestros pueblos, José
Carlos Mariátegui, vive entre nosotros (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
/ http://nuestrabandera.lamula.pe
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