Por Eduardo Gonzales Viaña el
Diario La Primera del 15/07/2012
Deje las cosas como están, señor presidente.-alguien
le dijo. Y añadió: El Perú vive una época de
gran bonanza. Si usted insiste en hacer el cambio social al que se ha
comprometido, las grandes potencias lo mirarán con sospecha. Los ricos
propietarios se convertirán en sus enemigos y los periódicos tratarán de
demolerlo La historia se repite con los mismos argumentos. En nuestro tiempo,
la defensa de la llamada inversión extranjera empuja a disparar contra
inocentes... "
Cualquiera
podría pensar que este consejo fue dado hace poco, pero no fue así. Esas
palabras fueron pronunciadas en julio de 1854 y estaban dirigidas a Ramón
Castilla, presidente provisorio del Perú.
El más ilustre de los gobernantes peruanos
acababa de decretar en Ayacucho
la abolición definitiva del tributo indígena. Levantado en armas, se aprestaba
ahora a marchar sobre Lima para acabar con el
corrupto régimen de Rufino Echenique. En su camino, iba decidido a dar el gran
paso de la historia peruana, la abolición definitiva de la esclavitud.
En verdad, como acaso decía el consejero de Castilla, ante el avance de las
ideas abolicionistas, los latifundistas del país habían formado un frente
dispuesto a impedir a cualquier costo esa reforma social. Si en el Perú de nuestros días
resulta peligroso decir que el agua es más importante que el oro, en el siglo
diecinueve, pronunciarse contra la esclavitud tenía un sentido similar. Esa
decisión podía costarle a Castilla el poder, La Libertad
e incluso la vida.
Un manifiesto publicado en 1833 y firmado a nombre de los hacendados por José
María de Pando señala las razones por las cuales la esclavitud debía
sobrevivir. En primer lugar, se la justifica con la Biblia. En ella, se narra
que José fue vendido como esclavo por sus hermanos. O sea que eso es normal. En
segundo lugar, los apóstoles de Jesús no hablaron de liberar a los esclavos
sino de tratarlos con caridad; toda vez que el valor primordial de la sociedad
es el respeto por la propiedad privada.
LA ECONOMÍA
El hecho de que la democracia norteamericana no hubiera abolido la
esclavitud le da pie al escribiente para señalar que: “desde el sublime e
inspirado Moisés hasta los ilustres autores de la Acta de la Independencia de
los Estados
Unidos respetan este axioma universal.”
Sin embargo, al final del manifiesto, los supuestamente cristianos y beatos
propietarios abandonan las citas bíblicas y sostienen que “la necesidad de
pagar en adelante a trabajadores en vez de contar con mano de obra gratuita
afectará a la economía nacional y hará que nuestros productos de exportación
sean menos competitivos.”
“La agricultura de Lima”, según ellos,
“camina a pasos agigantados a su completa ruina, con grave menoscabo de los
ingresos públicos, y de la existencia de infinidad de infelices particulares”
¿Recordaban estos “infelices” millonarios a los miles de hombres obligados por
ellos a trabajar hasta la muerte sin pago alguno? ¿Se imaginaban en la
situación del hombre que es vendido en un mercado mientras su mujer y sus hijos
son ofrecidos de la misma forma y tratados como tratan los infames a los
animales de carga?
LA MISMA HISTORIA
La historia se repite con los mismos argumentos. En nuestro tiempo, la
defensa de la llamada inversión extranjera empuja a disparar contra inocentes y
suscita la posibilidad de convertir Cajamarca en un hoyo infernal. Todo se
justifica con frases como: “Lo que está en juego es el desarrollo del país.”
Quizás el Mariscal Castilla miró con displicencia al tipo que le daba el
consejo cobarde… En todo caso, no escuchó el consejo. En vez de mirarlo, se
caló los binoculares y dio la orden de marcha.
Lo esperaban dos batallas victoriosas y, en Huancayo,
la firma del decreto supremo por el cual“los varones y las mujeres tenidas
hasta ahora en el Perú por esclavos o por
siervos libertos, sean que su condición provenga de haber sido enajenados como
tales o de haber nacido de vientres esclavos, sea que de cualquier modo se
hallen sujetos a servidumbre perpetua o temporal; todos, sin distinción de
edad, son desde hoy para siempre enteramente libres.”
GRANDE CASTILLA
Hay un momento en la vida en que se escoge entre la adulación interesada de
los poderosos, o el juicio implacable de la historia. El rival de Castilla,
Echenique, solventó su prestigio entre los ricos a quienes hizo más ricos y
corruptos. Nadie lo mencionaría hoy de no ser porque un excelente escritor
lleva su apellido. Castilla redimió a los indios, liberó a los esclavos, instituyó La Libertad
de prensa, acabó con la pena de muerte y con la cárcel por motivos políticos,
y, no se rindió jamás.
Un presidente no tiene rostro. Sólo tiene historia. Como buen soldado de
caballería, Ramón Castilla, murió con las riendas en la mano. Entró a la
historia a galope
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