La captura policial
de Marco Arana no fue un arresto sino un asalto. La elocuencia de los agitados
videos que registraron esa captura a partir del cogoteo que la inicia,
simboliza perfectamente los vicios y las taras que contaminan, distorsionan,
contradicen y finalmente anulan la acción del Gobierno en lo más elemental de
su función: establecer o restablecer el orden público.
Lo que muestran los
vídeos es vergonzosamente irrefutable: Marco Arana se encuentra en la Plaza de
Armas conversando con un par de personas. De repente, aparecen unos policías en
el cuadro, detrás de Arana, se acercan sin que este los vea y mientras uno lo
golpea, otro intenta cogotearlo. Inmediatamente, el resto de la mancha
uniformada lo rodea, cierra el perímetro con sus escudos y empiezan a
empujarlo, golpearlo y maldecirlo.
En algún momento de
la golpiza, Arana cae al suelo. Lo levantan, luego alguien parece darse cuenta
que se lo han llevado hacia el centro de la plaza y empiezan los empellones
hacia la camioneta que lo transportará arrestado. En el camino empujan y
golpean a la gente; un policía insulta a una señora y llama ‘perros’ a los
cajamarquinos; y finalmente, golpean a Arana incluso cuando éste ya está en la
camioneta de la Policía.
Aparentemente, los
golpes y maltratos continuaron en la dependencia policial. Luego vinieron las
mentiras oficiales y oficiosas hasta que alguien se dio cuenta del desastre en
el que estaban metiendo al Gobierno; y entonces empezó el recule.
He cubierto durante
muchos años la acción de la Policía en diversos ámbitos y puedo decir que he
visto en esa institución a oficiales y suboficiales que están entre los mejores
ciudadanos de este país. Dentro de pocos meses se va a cumplir el vigésimo
aniversario de la captura de Abimael Guzmán, que cambió el curso de la Historia
y salvó al país. Eso lo hizo, completamente, un grupo de héroes policiales a
quienes el Perú nunca podrá pagarles la deuda de gratitud que les debe.
Hace pocas semanas,
esta publicación reveló y denunció el cobarde y criminal abandono a tres
policías en Alto Lagunas, La Convención, en las acciones que siguieron al
secuestro de Kepashiato. En la cobertura de ese y de decenas de otros eventos y
otros casos, formé el profundo respeto que tengo por los policías que cumplen
con su deber en, muchas veces, las más difíciles y desfavorables condiciones.
A la vez, he visto,
investigado y revelado muchos casos de corrupción policial en el nivel de los
mandos más altos. Y muchos más de incompetencia. Gran parte de esa corrupción
explota y parasita a la propia institución, teniendo como víctimas principales
a los propios policías.
Entonces, en la
Policía coexiste lo mejor con lo peor. ¿Quiénes son más? Generalmente los
mejores. ¿Quiénes tienen más poder? Usualmente los peores.
Lo que pasó en
Cajamarca –y específicamente la captura de Marco Arana que describo– no fue
hecho siquiera de acuerdo con los estándares mínimos de procedimiento policial.
Lo que ahí se ve es una pandilla uniformada asaltando, apanando y finalmente
llevándose con gran prepotencia a una persona que ni se resistía, ni intentaba
resistirse, mientras amenazan, vejan y agreden a la gente que protesta.
Los vídeos, por
supuesto, van dando vueltas por todo el mundo y, a poco que la situación siga
así, competirán seriamente con los de la marca Perú.
En organizaciones
verticales, ese tipo de desmanes y desmadres ocurre solo cuando –aparte de la
falta de entrenamiento hasta para el tipo más básico de intervención, como
puede ver cualquiera con el mínimo conocimiento del tema–el comando, no tiene
capacidad, competencia ni autoridad para dirigir a sus subordinados. Y también
cuando tiene gente tan idiota como para ordenar intervenciones como esa.
Entiendo que los
eventos trágicos en Bambamarca empezaron también por hechos de prepotencia.
Conozco bien a las organizaciones ronderas de Bambamarca, los he visto cooperar
estrechamente con la Policía en asuntos de seguridad ciudadana, y los líderes
con quienes he tratado han estado entre la gente más responsable, austera y
honesta que he conocido en organizaciones populares.
La fuerza del campo
en ese departamento donde se supone que hay mucho y falta tanto, es su
organización. Los ronderos vencieron al abigeato, evitaron eficazmente que
Sendero los barriera, mediante la fuerza de su organización. Pensar que se los
va a avasallar con prepotencia y amenazas es añadir la estupidez a la
ignorancia.
A la vez, mi
experiencia con los ronderos de Bambamarca fue la de que se trataba y se trata
de gente racional y dialogante en todo sentido. Cuando dirigí el área de
Seguridad Ciudadana de IDL, organizamos un seminario sobre el Campo y la Mina,
cuyo objetivo fue informarlos sobre algo que veían próximo, sentían inminente y
desconocían casi todo, excepto las malas experiencias de la historia regional.
Tratamos de darles el conocimiento para que pudieran dialogar y negociar con la
Mina en pie de igualdad; y pocas veces he visto la avidez de conocimiento y la
disposición a hablar y negociar como entre esos dirigentes y miembros de las
rondas. A condición, por supuesto, de que se les hable con honestidad y con
respeto, cosa que no solo merecen sino se les debe.
¿Hay demagogos y
agitadores en Cajamarca? Claro que sí. Pero hay mucha más gente seria y
responsable que quiere una tierra mejor y un futuro más próspero. Pero que
considera con toda razón que deben explicarle con claridad qué va a pasar con
sus suelos, qué va a suceder con el cianuro infusionado en los cerros
removidos; qué va a pasar con la tierra y con el agua; y qué les va quedar una
vez que su campo haya sido eviscerado de metales. Eso lo exige cualquiera con un
mínimo de sentido común.
Si en lugar de eso
alguien cree que basta con cuentas de vidrio, pajaritos preñados y policías
amenazantes y descontrolados (que además son contratados por las mineras en sus
tiempos libres y pierden, en consecuencia, la imparcialidad indispensable), no
me queda sino recomendar una visita urgente a un neurólogo para que le
identifiquen el daño cerebral.
Este Gobierno tiene
que reaccionar y reparar su acción en varios ámbitos, pero ninguno está tan
comprometido, y puede resultar tan dañino, como el de la seguridad interna.
Los desmadres
policiales, repito, son responsabilidad de sus jefes; y el comando actual,
empezando por el ministro del Interior, Wilver Calle, (el que firma actas de
sujeción sin, según dice, saber lo que firma), el director general de la
Policía, Raúl Salazar; su jefe de Operaciones, Abel Gamarra (ambos notorios por
el caso de las Brujas de Cachiche, en el cual, como se hace evidente con las
actuales investigaciones fiscales, mintieron y volvieron a mentir), es uno de
los peores y más incompetentes.
¿Los va a dejar el
presidente Humala en esos puestos? ¿Se da cuenta del daño que le hace mantener
esa gente en la circunstancia actual de conflictos y el problema del VRAE (en
el cual la Policía debe jugar un papel mucho mayor)?
Espero, por su bien y
el de todos nosotros, que el presidente Humala reaccione y que vuelva a la Hoja
de Ruta que debe seguir: la de su Juramento por la Democracia que define
claramente el camino del buen gobierno y de la paz social.
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