Alberto Adrianzén M. Parlamentario Andino
Si
algo ha quedado claro a lo largo de este año es la incapacidad de la política
no solo para organizar la vida social, sino también para dotar a los peruanos
de lo que podemos llamar horizontes mínimos de certeza.
Curiosamente,
las principales causas del malestar social no son las huelgas ni las
movilizaciones ni los paros, apoyados, según las encuestas, por una población
que reclama también una política económica y un desarrollo más distributivos.
En
realidad, el malestar ciudadano tiene que ver más con la ineficacia de la
política y de los políticos para encontrar solución a las demandas sociales que
con la protesta social. Antes que un temor a los llamados “agitadores o
radicales o rojos”, lo que existe es una gran frustración que se expresa
primero en un alejamiento de la política y luego en una bronca hacia los
políticos.
Y el
resultado de todo ello es que los políticos terminan por representarse a sí
mismos. Aparecen como un grupo privilegiado que solo busca su propio interés.
El rechazo, prácticamente unánime, al reciente aumento de sueldo de los
congresistas es la confirmación de que lo que se rechaza no es solo el aumento,
sino también a los propios parlamentarios.
Y si bien la derecha neoliberal y mediática ha incentivado este rechazo a los políticos para evitar que pueda surgir una representación de los diversos grupos sociales, sobre todo populares, y así facilitar el “trabajo” de los lobbies, también queda claro que son (o somos) los propios políticos los principales responsables de esta situación.
Por
eso, asistimos a un bloqueo de la política que se puede expresar en los
siguientes términos: los de abajo quieren ser representados, pero no encuentran
quién los represente. Estamos, por lo tanto, ante un vacío de representación
que no es otra cosa que la antesala o los prolegómenos de un régimen
autoritario como solución a la crisis
de representación en el país.
Eso,
creo, es lo que se jugará el próximo año. Dicho con otras palabras: la
posibilidad de una representación democrática y plebeya luego del fracaso
electoral de la derecha y del giro del nacionalismo.
De
más está decir que una derrota de este proyecto consolidará la captura del
Estado por los grandes intereses y por los poderes fácticos, así como también
el predominio mafioso en los espacios políticos.
Por
eso no nos debe extrañar que hoy día la política transite por vías distintas:
por un lado, a través de la protesta y el conflicto social como forma de
construir una representación política, y por otro en función a la antipolítica,
a los intereses privados y a las grandes mezquindades.
Es
el momento de los grandes gestos, de los líderes con visión estratégica y
sólida formación; pero también de los personajes oscuros, sin escrúpulos, como
es el caso de Marco “Turbio”, testaferro de otros políticos que se esconden de
la mirada pública y aparente representante de una extraña y curiosa alianza
entre el APRA,
los Fujimoristas
y Solidaridad Nacional en el proceso de revocatoria contra la alcaldesa Susana
Villarán.
Y así como hay momentos políticos en que están en juego los grandes temas que señalan el porvenir de una nación, como fue el caso de Cajamarca, hay otros en que la política comienza a discurrir por los desagües del sistema como lo demostraría el caso del excongresista aprista Aurelio Pastor y sus “amigables” vínculos con miembros del Jurado Nacional de Elecciones o la pantomima, con una pizca de farsa, que estaría sucediendo con las promesas del gasoducto y del polo petroquímico del sur, así como con la modernización de la refinería de Talara.
Y así como hay momentos políticos en que están en juego los grandes temas que señalan el porvenir de una nación, como fue el caso de Cajamarca, hay otros en que la política comienza a discurrir por los desagües del sistema como lo demostraría el caso del excongresista aprista Aurelio Pastor y sus “amigables” vínculos con miembros del Jurado Nacional de Elecciones o la pantomima, con una pizca de farsa, que estaría sucediendo con las promesas del gasoducto y del polo petroquímico del sur, así como con la modernización de la refinería de Talara.
El
dilema es simple: o se genera una representación política o triunfa el
“gatopardismo” una vez más en el país; es decir, el anuncio de que todo
cambiará para que todo siga igual. Es el costo de olvidarse de las promesas
electorales y terminar, como se dice, durmiendo con el enemigo.
Si
la crisis
de representación no encuentra una salida en el mediano plazo, lo más probable
es que la política entre en un proceso de descomposición. Es el momento en que
la democracia, que es un acto de simulación que nos dice que todos somos
iguales, que las promesas electorales se cumplen y que ley se aplica igual para
todos, pasará a ser un simulacro mal hecho.
Es
el regreso a un pasado ya conocido y que fue derrotado políticamente en las
últimas elecciones presidenciales. Será una democracia sin reglas, pero sobre
todo sin actores sociales y políticos; una sociedad incapaz de
autorrepresentarse, en la que no existe una mayoría política para ordenar y
darle sentido a la sociedad, a la cultura y la economía. Muy diferente, por
cierto, a lo que hoy sucede en varios países de la región.
La serpiente, en el
horóscopo chino, es un animal muy analítico al momento de tomar decisiones.
También son criaturas muy materialistas, prefieren rodearse de lo mejor que la
vida les puede ofrecer.
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