Escribe:
Antonio Zapata
Este 28 de julio se cumple el cuarto aniversario de
la toma de mando del presidente Ollanta Humala y una enorme decepción ha ganado
al país. Como tantas otras veces en la historia peruana, llegó con grandes
expectativas y cierra muy desprestigiado. La idea general es que desperdició su
oportunidad, otra constante trágica de la experiencia nacional.
Muy brevemente vamos a plantear dos preguntas;
primero, por qué se produjo el viraje de Humala, entre el discurso como
candidato y la práctica como gobernante; segundo, efectivamente qué ha hecho,
cuál es su legado para más adelante. Antes, explicitar que este balance es
indispensable para las izquierdas. Cuando Humala fue candidato, su discurso era
izquierdista y figuras prominentes de este sector político lo acompañaron de comienzo
a fin de la campaña. Una explicación es indispensable.
Con respecto a las razones, su capacidad para
abandonar su propio proyecto electoral se halla en la ausencia de referentes
políticos. Al ganar, Ollanta y Nadine sintieron que era cosa de ellos, que no
le debían nada a nadie y que gobernarían como les pareciera. No había partido
ni tampoco frente que pudieran poner una valla y obligarlos a cumplir su
promesa electoral.
En ese momento, los poderes fácticos los asustaron
e impusieron la continuidad del modelo económico. Como sabemos, la pareja
presidencial eligió un presidente del BCR y un ministro de Economía que
procedían de la más estricta ortodoxia económica. En realidad, ahí terminó
todo. La pareja se echó en brazos de los poderosos.
Hasta aquí tenemos un comportamiento típico de
cacique político, muy habitual en el país y según el cual, el ganador de un
puesto público se asume libre para hacer lo que le plazca, porque siente que no
tiene conexión ni dependencia con el electorado.
Adicionalmente tenemos que la calidad de los
caciques varía y Humala ha sido decepcionante; la pasividad ha sido su regla y
se ha mostrado poco atento a los problemas esenciales del país. Por ello, su
liderazgo ha sido débil y ha pasado inadvertido. En realidad, ha hecho poco. En
economía puso piloto automático y pretendió seguir creciendo en base a
exportaciones. El interesante discurso de innovación y diversificación ha
quedado en palabras y la exportación tradicional ha sido el fundamento de las
políticas públicas.
Pero, como sabemos, la crisis mundial ha debilitado
los precios y todas las economías similares a la nuestra están deteniéndose.
Ante las dificultades, Humala ha carecido de capacidad de reacción. Peor aún,
se vio envuelto en problemas sociales que no ha sabido manejar y que han
debilitado la capacidad exportadora. Casos como Conga y Tía María evidencian la
paradoja del gobierno, confiar en la exportación y no poder concretarla. Así,
Humala no ha encarado el problema social número uno de la economía nacional.
Cuánta minería es posible y dónde puede desarrollarse. Y asimismo, cuál es el
puesto de la agricultura, de la ecología y del medio ambiente en el desarrollo
nacional.
No ha sido su única ausencia. Tampoco ha operado
sobre el narcotráfico, menos sobre la inseguridad y la delincuencia. Cuando
ganó, la ciudadanía creía que –por ser militar– sería capaz de enfrentar la
ilegalidad e imponer cierto orden. Pero en esto también la ciudadanía resultó
ingenua. Por último el tema político. Su gobierno no ha sabido llevarse bien
con nadie. Expulsó a sus antiguos colaboradores sin mayores miramientos, fue
desleal con los suyos y agresivo con sus adversarios. Total, está acabando más
aislado que pocos gobiernos en la historia reciente. Antes de terminar, la
pareja presidencial ya está zarandeada en el Congreso, cómo será después.
Con un balance así de complicado, el problema
principal de la izquierda es el mensaje. Tanto la unidad como el candidato(a)
son puntos esenciales. Pero el tema principal es programático. Cómo convencer a
la gente de votar nuevamente por una gran transformación, si la anterior está
terminando tan mal.
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