La guerra sucia se
puede volver contra sus promotores si es respondida rápida y eficientemente.
Fernando Rospigliosi
Analista político
Hace poco Augusto Álvarez Rodrich
vaticinaba amargamente en “La República” que lo que nos espera en las próximas
elecciones será muy feo: “La temática central de la campaña que viene serán las
acusaciones a los candidatos presidenciales, lo que impedirá que temas
medulares como la educación, la salud o la inseguridad ingresen a la agenda,
aunque es cierto que la lucha anticorrupción también constituye un tema
capital”. (“Ciudad de M”, 23/7/15).
Tiene razón. Muchos podrían llegar a
esa conclusión luego de analizar algunas carátulas y reportajes de “La
República” en los últimos días.
El martes pasado ese diario publicó
un gran titular en portada: “Keiko dobló su patrimonio en un año”. Y en un
extenso reportaje, Ángel Páez y Melissa Goytizolo intentaban demostrar con
guarismos y declaraciones juradas ese sensacional descubrimiento asegurando que
“los números no mienten”. (“El 2011 Keiko Fujimori reportó cifras diferentes de
su patrimonio”, 21/7/15).
Inmediatamente los parlamentarios
humalistas cayeron sobre Fujimori exigiendo investigaciones en el Congreso y el
Poder Judicial.
Al final, resultó que la información
era falsa, que los números manipulados sí mentían. En realidad, habían mezclado
soles con dólares e inflado imaginariamente el patrimonio de Fujimori. El
subdirector de “La República” lo reconoció en una pequeña nota publicada en la
página editorial de ese diario: “La información sobre el patrimonio de la
lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, consignó un error”. Y luego afirma
que “nada de ello, sin embargo, cambia nuestra posición sobre el fujimorismo”.
(“Sobre Keiko y algo más”, 23/7/15).
Algo parecido ha sucedido con otra
serie de reportajes de ese diario en los últimos días referidos al esposo de
Fujimori, Mark Villanela, donde han mentido para ensuciarlo. (Ver entrevista a
Villanela en “Correo” 25/7/15, “He tenido S/.500 mil de utilidades el 2014”).
Naturalmente “La República” tiene todo el derecho de ser antifujimorista y criticar todo lo que considere equivocado. También, por supuesto, de investigar los puntos oscuros de la candidata y su partido. Nadie discute ese derecho. Pero eso es una cosa y otra muy distinta difundir información falsa para desacreditar a un candidato.
Naturalmente “La República” tiene todo el derecho de ser antifujimorista y criticar todo lo que considere equivocado. También, por supuesto, de investigar los puntos oscuros de la candidata y su partido. Nadie discute ese derecho. Pero eso es una cosa y otra muy distinta difundir información falsa para desacreditar a un candidato.
Lo que está ocurriendo es que el
gobierno y sus partidarios han sentido el golpe de las continuas revelaciones
de las cuentas y gastos sin aclarar de Nadine Heredia, familiares, amigas y
socios. E intentan manchar a los líderes opositores con denuncias similares.
Estaría muy bien si tuvieran fundamento, pero si son acusaciones artificiales e
infundadas, es guerra sucia.
En las campañas electorales se usan
los mensajes positivos y negativos. Pero estos últimos, que son legítimos, no
deben confundirse con guerra sucia. El mensaje negativo pone en evidencia las
deficiencias de un candidato, de su entorno o su partido. La guerra sucia
consiste en difundir imputaciones mentirosas y arteras contra los adversarios.
Un muestra de lo último es lo que
hizo Vladimiro Montesinos con la prensa amarilla que controlaba para favorecer
la candidatura de Alberto Fujimori el año 2000, difamando sistemáticamente a
los adversarios como Alberto Andrade, Luis Castañeda y Alejandro Toledo, a
congresistas como el entonces director de “La República” Gustavo Mohme Llona y
a periodistas de ese diario como Ángel Páez.
Un ejemplo de mensaje negativo
exitoso es el que difundió la campaña de Alejandro Toledo contra Alan García el
2001. Cuando los errores del candidato de Perú Posible causaron su rápida caída
en las últimas semanas, la campaña recordó profusamente a los peruanos los
desastres del gobierno de García, la hiperinflación, la escasez, las colas, el
terrorismo, etc. No hubo inventos ni mentiras, solo destacar los desatinos del
adversario. Los números se invirtieron muy rápido y Toledo ganó cómodamente.
O como la de García contra Ollanta Humala el 2006, identificándolo con su padrino de aquel entonces, el dictador venezolano Hugo Chávez.
En nuestro medio –y en muchos países–
es común la idea que la guerra sucia es muy eficaz para destruir adversarios y
algunos candidatos se dedican predominantemente a eso. No obstante, los mejores
consultores políticos rechazan esa especie.
Los electores –sostienen– votarán
finalmente por quien tenga propuestas que consideren los ayudará a mejorar su
vida cotidiana, para lo cual es fundamental el mensaje positivo. La guerra
sucia se puede volver contra sus promotores si es respondida rápida y
eficientemente. El punto es que eso no siempre ocurre y entonces sí tiene
efecto.
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