martes, 14 de julio de 2015

Test de cambio



Editorial del Diario La República, Perú

Nueva mayoría parlamentaria o nueva correlación de fuerzas en una convivencia ya conocida.

La elección de la nueva Mesa Directiva del Congreso, la última del período parlamentario, está tensionada por la posibilidad de que el oficialismo pierda el control del Legislativo como consecuencia de la renuncia de varios congresistas a la bancada nacionalista y la pérdida de la capacidad negociadora del gobierno.

La posibilidad de la formación de una nueva mayoría opositora que tome el control del Congreso se argumenta como un paso necesario para que este cambie y recupere independencia respecto del Ejecutivo. La campaña alrededor de la cual gira la formación de un nuevo bloque opositor liderado por el fujimorismo abunda en llamados generales a que en los próximos 12 meses el Congreso sea otro.

El Parlamento ha sido en los cuatro años del gobierno de Ollanta Humala seguidor del Ejecutivo, como lo fue durante las administraciones de Alejandro Toledo y Alan García. Como entonces, la oposición ha colaborado con soltura y sin que tuviese un dogal en la garganta con la mayoría de iniciativas del gobierno. Por ejemplo, ha votado desde el 2011 sin mayores cambios los proyectos de presupuesto presentados por el gobierno y ha aprobado siete pedidos de delegación de facultades con amplias votaciones. En materia económica ha respaldado todos los paquetes económicos presentados por el Ejecutivo, incluida la Ley del Empleo Juvenil, la “Ley Pulpín” por la que también votó quien hoy se postula como abanderado de la autonomía parlamentaria, a lo que habría que agregar que fue el fujimorismo, al mando en la Comisión de Trabajo, el principal valedor de dicha norma.

Asimismo, todas las decisiones sobre el salario de los parlamentarios han sido adoptadas multipartidariamente, sin que se adviertan diferencias entre el oficialismo y la oposición, y en conjunto bloquean las iniciativas de transparencia de los actuales legisladores, especialmente la declaración de potenciales conflictos de intereses. También juntos, gobierno y oposición, han sancionado a sus integrantes solo por la presión de la opinión pública, y en cambio hacen causa común en la defensa de los legisladores cuestionados por la justicia, como es el caso de la legisladora Cecilia Chacón, dos años reclamada por el Poder Judicial antes de la anulación de su condena, en abril pasado.

Este Parlamento, con un oficialismo más débil que los anteriores, es más oficialista que aquellos, de modo que la elección de la nueva directiva del Congreso no puede venderse como la liberación de una pobre oposición aherrojada sino como el cambio de la correlación de fuerzas dentro de una convivencia ya conocida.


El cambio de fondo del Congreso no deja de ser un imperativo y aún es posible en el último año de período parlamentario aunque sobre ello las viejas y nuevas mayorías guardan silencio, por ejemplo sobre las reformas electorales encarpetadas en el pleno o en las comisiones, las sanciones que esperan a 15 congresistas cuyos casos se encuentran en la Comisión de Ética o normas elementales como la Ley General del Trabajo, en todo lo cual se diluye la frontera entre el oficialismo y la oposición.

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