Autor: Martín Cabrejos Fernández
Corromper, según la Real Academia Española (RAE), significa “Alterar y trastrocar la forma de algo. Echar a perder, depravar, dañar, pudrir. Sobornar a alguien con dádivas o de otra manera. Pervertir o seducir a alguien. Estragar, viciar. Incomodar, fastidiar, irritar. Oler mal”. Entonces, la corrupción tiene una serie de acepciones que tocan las actividades más simples como las más complejas. No es correcto limitar el impacto de la corrupción únicamente a la actividad política o a la función pública, como solemos hacerlo. Este tiempo debe servir para sincerar los actos personales y grupales y ceñirlos al estricto uso de la moral y la ética.
Son corruptos los
gobernantes que se enriquecen haciendo mal uso de presupuestos o dineros
destinados para obras públicas. Los empresarios que ofrecen coimas de 10% para
obtener ganancia. Los policías que se hacen de la vista gorda ante quien
ostenta el poder y aplican el peso de su función solo a los más débiles de la
sociedad. Los maestros que cobran a cambio de una nota aprobatoria o solicitan
dinero por copias fotostáticas por encima de su costo real. Son corruptos los
trabajadores que aceleran los trámites para sus conocidos y demoran más de lo
debido para aquellos que no conocen o les resultan incómodos.
El corrupto se edifica un
ficticio castillo amurallado, con ladrillos de dinero, cemento de inmoralidad y
bases de sufrimiento ajeno; dentro del cual habita “el hombre fuerte”
(realmente frágil) en un ambiente que le da “seguridad” con la sensación de
intocable y un “selecto” grupo de ladronzuelos que corean en coro su nombre,
asienten ante cualquier idea de su líder “Non Plus Ultra” y recogen las migas y
las sobras que su jefe deja caer.
Son corruptos los
pastores que hurtan los diezmos de sus fieles y los sacerdotes que hacen mal
uso de las limosnas. Los comerciantes que cobran de más y dan menos peso del
debido. Es corrupta la empleada del hogar que roba sistemáticamente los bienes
de sus jefes. El médico que, para “dar un mejor servicio”, te sugiere lo
visites en su consultorio particular y no en el hospital público. Es corrupto
el periodista que vende su conciencia tergiversando la realidad y poniéndose al
servicio de intereses deshonestos convirtiéndose en la voz o la palabra escrita
de la maldad.
La corrupción se
convierte en un mal endémico cuando invade nuestra conciencia y anula nuestra
actitud ante ella. Pensamos, erróneamente, que es imposible hacer algo contra
ella, creemos que es más la gente indecente que la honrada, seria, honesta y
responsable. ¡Estamos equivocados! El bien siempre derrota al mal y para eso se
hace preciso dar batalla.
Creo que la nueva corrupción,
es la del silencio indiferente que termina tomando forma de permisividad
cómplice que nos separa un espacio en aquel castillo del que hablé líneas
arriba.
A cada uno le toca dar
lucha en la pequeña parte de la sociedad que nos toca transformar. Sea el
mercado, la escuela, la universidad, la iglesia, el hospital, la oficina, la
fábrica, la empresa, los medios de comunicación… la labor dejó de ser de
procuradores o contralores que también, sospecho, deben ser controlados. La
labor es tuya y mía. Es urgente. Es la lucha de este tiempo.
Leí el poema “Corrupción”
escrito por un estudiante español en medio de las protestas por la crisis
europea en la ciudad de Madrid, les dejo este extracto: “La corrupción aquí y
allá se disfraza de legalidad/ tiene nombre y se llama impunidad/me ha
tocado la puerta, más no entrará/la corrupción me sonríe/más, a mi vida, no la
dejo entrar”. Habla o grita, cuando no hables escríbelo; di no cuando debas,
construye un lugar seguro con la conciencia limpia.
Destruyamos el “castillo”
de los corruptos a fuerza de verdad, honradez, honestidad y caridad.
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