EDITORIAL:
12 de Noviembre de
2015 DIARIO LA REPÚBLICA
La calidad de la educación universitaria
en manos del TC.
La votación del Tribunal
Constitucional (TC) sobre la inconstitucionalidad de la Ley Universitaria
estaría empatada desde hace varias semanas. Tres de sus miembros respaldarían
las cuatro demandas planteadas contra esta norma, casi todas inspiradas en los
deseos de algunas universidades privadas que operan con la modalidad de fines
de lucro, que desde el primer momento se opusieron a cualquier cambio en favor
de la calidad de la educación universitaria. Los otros tres votos propondrían
rechazar la mayoría de los cuestionamientos, en tanto que la decisión final
dependería del voto dirimente de su presidente.
Desde la aprobación de la ley, el
grupo de universidades opuestas a la ley, cuya bancada perdió el debate en el
Parlamento, ha jugado abiertamente las cartas de la supresión de la norma.
Apoyándose en algunas universidades públicas, cuyas cuestionadas autoridades se
rebelaron contra la ley, impulsaron estrategias de copamiento institucional que
les han dado algún resultado. Dos de los opositores a la ley fueron elegidos
apuradamente miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) –que
designa magistrados en cuyas salas podría verse algún procedimiento judicial
relacionado con la aplicación de la ley– mientras que en el seno del TC
desplegaron un alto poder de convencimiento y de presión, considerando que
algunos de los integrantes del TC son profesores universitarios o se encuentran
dispuestos a serlo.
De las demandas presentadas, la más
sonada se refiere al límite de edad para ejercer la docencia universitaria. No
obstante, la oposición de fondo es a la creación de la Superintendencia
Nacional de Educación Universitaria (SUNEDU) y a la disposición que obliga a
que cada centro de estudios tenga un mínimo de docentes estables, abandonando
las prácticas de trabajo informal, mediante contratos, a tiempo parcial y sin
dedicación a las labores de investigación.
Se ha demostrado durante más de un
año de debate que la Ley Universitaria no es intervencionista, como lo prueban
el proceso de elección de autoridades en la mayoría de las públicas y la
adecuación de la mayoría de las privadas que operan con responsabilidad
académica.
Lo que subyace en las pretensiones de
derribar esta ley es el deseo de privar al Estado de su legítimo rol orientador
y regulador de la prestación de un servicio crucial que no puede ser
mercantilizado y privado de sus fines formadores, humanistas y de socialización
del conocimiento. El apuro por resolver regresivamente el proceso que la ley ha
iniciado tiene que ver con que los plazos de supervisión de la calidad se han
iniciado y que en el caso de las públicas no recibirán financiamiento el
próximo año aquellas que no implementaron la ley.
Es preciso que el TC resuelva este
caso sin presiones, pensando sobre todo en centenares de miles de estudiantes
universitarios, en la necesidad de un salto de calidad de la educación
universitaria y que la reforma de la educación será letra muerta si no tiene un
correlato competitivo en ese ámbito de la formación profesional.
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