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Por: Juan Sheput
Charles
Maurice de Talleyrand señalaba que “cuando algo es urgente, ya es demasiado
tarde”, criticando el espíritu de reacción y no de prevención de las sociedades
latinas. Y esta frase tiene sentido en el contexto económico que vivimos, en el
cual la confianza y autosuficiencia hace que nos creamos la estrella emergente
de América Latina que ha cumplido su tarea.
En
nuestro país, son los menos aquellos que indican la necesidad de impulsar
reformas de fondo para hacer del crecimiento de nuestra economía algo
sostenible. Los más son aquellos economistas que se dedican a alabar el período
de crecimiento que tenemos, asumiendo que es inercial y que ninguna fuerza se
va a oponer a su trayectoria.
A
decir de este tipo de comentarios, podríamos inferir que nos irá bien por
siempre y que el desarrollo está a la vuelta de la esquina. Pero no es así. A
los críticos locales, que cuestionan la debilidad del actual modelo, se ha
unido el prestigioso semanario británico.
The
Economist, que en un reciente artículo titulado “Hold on tight” comenta de los
peligros que acechan sobre la estrella del Pacífico, ese país llamado Perú, en
el cual la complacencia y el exceso de confianza podrían tirar por la borda
todo lo avanzado.
The Economist plantea un escenario peligroso
para el Perú si es que no hacemos serios esfuerzos en tratar de evitar la
dependencia de materias primas, reforzar la institucionalidad, impedir la
precariedad política y hacer mejoras de fondo en educación.
El
semanario se preocupa también del tipo de cambio, señalando el daño que le hace
a nuestra economía un dólar débil frente a un sobrevalorado sol que está
generando que cada vez se importen más bienes de consumo que están haciendo
mella a la industria local con la consiguiente pérdida de empleo.
Es
tan bueno el artículo de The Economist que apenas publicado fue corroborado por
la realidad. Las respuestas que dio el ministro de Economía, Luis Castilla, al
artículo indicado estuvieron cargadas de complacencia y exceso de confianza,
justo los vicios que condena con objetividad el semanario. Lo que se espera, en
estos casos, es una reacción de Estado y no justificatoria y pletórica de
autoengaño. Se requiere de cambios y para ello se debería aprovechar la alta
popularidad del presidente y el ciclo positivo de la economía para impulsar las
reformas del caso. Pero nada de ello se viene haciendo. Temo que el presidente
esté apostando a no abrirse frentes en determinados sectores sociales y más
bien haya apostado por el populismo, el clientelismo y la cero reforma. La
razón es simple: la popularidad, a diferencia de la historia, se goza ahora.
En
lo que a mí respecta creo que se debe abordar con mayor profundidad una real
reforma universitaria. De nada vale que se incremente el número de carreras de
ingeniería y ciencias si la calidad de los egresados es inversamente
proporcional al aumento del número de estudiantes. Con un pésimo sistema
universitario no vamos a llegar a ninguna parte. Y por allí, desde la
universidad, el gobierno podría empezar a cambiar una mediocre realidad.
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