sábado, 19 de enero de 2013

LA MANIPULACIÓN DE LA VIDA HUMANA Y EL ABORTO


DR. JORGE H. SARMIENTO GARCÍA

Nuevamente, Aída Kemelmajer ahora con Marisa Herrera y Eleonora Lamm aborda el tema que debo llamar “de la manipulación de la vida humana y del aborto”, escribiendo en un matutino de esta ciudad de Mendoza que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en el caso “G. Artavia Murillo y otros c/ Costa Rica”) ha dicho que prohibir la fertilización in vitro viola el derecho a la privacidad, a la libertad, a la integridad personal, a la no discriminación y el derecho a formar una familia; y que, yendo más allá, interpretó el término "concepción" contenido en el art. 4 de la Convención Americana de Derechos Humanos y lo asimiló a "anidación", con lo que “concepción" presupone existencia dentro del cuerpo de una mujer, lo que legitima los métodos anticonceptivos, en especial, los hormonales de emergencia, tales como la pastilla del día después, y permite afirmar que tales métodos no atentan contra el derecho a la vida consagrado en la Convención Americana de Derechos Humanos ni son abortivos, debido a que no hay embarazo mientras no hay anidación, proceso que esos métodos impiden.

Afirman las autoras que “La Corte ha dado pasos gigantes ya que no solo ha legitimado la reproducción humana asistida, sino que también avanzó hacia una ampliación en el acceso a anticonceptivos y al aborto. Entonces, la máxima instancia judicial en la región ha dado luz verde para legalizar la interrupción del embarazo en América en un abanico mucho más amplio de casos”.

Pero de inmediato se advierte que, una vez más, el comentario ahora tripartito se queda a mitad de camino, pues no aborda en su integridad los principios que violan ni las consecuencias a que conducen las conclusiones del tribunal de marras. Así las cosas, responderé brevemente a la reseña con una síntesis de conceptos que ya han sido expuestos con autoridad y amplitud de fundamentos.

Ante todo, es de señalar que el “montaje” de la persona comienza de forma inofensiva, filantrópica, pretendiendo ayudar a matrimonios sin hijos. Pero cuando se pretende conseguir a toda costa un hijo, considerándolo un derecho, el hijo se convierte en mera propiedad. En lugar de un acto de amor, aparece la actuación técnica que implica la fertilización in vitro, lo que desencadena, por fuerza, problemas ulteriores, siendo el primero qué sucede con los denominados “fetos sobrantes”, es decir, con seres humanos tratados de antemano como productos de desecho.

El ser humano no puede ni debe estar sometido a planes de montaje, los que pueden convertirse en una pretensión de dominar al mundo que, al mismo tiempo, alberga en su seno un estropicio. Si el hombre que no puede crear nada, sino a lo sumo unir pretende erigirse a sí mismo en hacedor, la creación está amenazada; si quiere convertirse a sí mismo en dueño de la vida (y de la muerte), se puede decir que está traspasando la última frontera.

Es preciso saber poner límites a nuestra actuación, a nuestro poder, a nuestra experimentación y a nuestros conocimientos, aceptando que existen fronteras últimas que no debemos transponer. Con la manipulación genética el ser humano surge como un producto industrial hecho por otros seres humanos, lo que puede llevar a permitir el último atropello de la persona, como por ejemplo la cría de esclavos u otras formas de detracción del ser humano.

Creo conveniente, a esta altura, las siguientes aclaraciones:

a) Bien se ha dicho que hemos de diferenciar entre lo que las personas han hecho y lo que son. Sea quien fuere el que haya llegado a la vida de la forma que impugnada, es una persona y hemos de amarla y reconocerla como tal. El hecho de que nos veamos obligados a rechazar esa forma de producción de seres humanos no debe provocar la estigmatización de los que así han venido al mundo. En ellos reconocemos, pese a todo, el arcano de la humanidad y los acogemos como tales.

b) Es admisible y válida la manipulación genética mientras sirva para curar y con ella se respete la creación.

Es que una idea que subyace a la creación y que debe servirse con humildad y respeto, es que el ser humano debe surgir del amor, mediante el proceso de la generación y del nacimiento; de lo contrario, queda degradado y privado del verdadero esplendor de su creación, habiendo en el caso de la fecundación in vitro comenzado su vida como óvulo y semen fuera del claustro materno y, a veces, con tres madres: la de quien procede el óvulo, la que ha llevado el embrión y la que desea criarlo.

No puedo concluir este tópico sin referir con especial referencia al matrimonio que no puede tener hijos lo que también se ha escrito sobre la poderosa transformación de la que es capaz el hacer una obra tan buena como lo es adoptar un hijo, porque se advierten los efectos maravillosos que se derraman sobre el matrimonio ante el fruto de decisión tan meditada. Es evidente que hay mucha más reflexión en la adopción de un niño, que en la decisión de tener un hijo de modo natural, en el promedio de los casos. Y si bien el amor por un hijo no se compara a nada, parece ser que el amor por un hijo adoptivo es mucho más fuerte, porque se fundamenta en la convicción profunda de llevar adelante un acto de amor. Los matrimonios encuentran en la adopción una fuente de nueva vida en unión, y los niños adoptados se adormecen en los arropamientos de nidos cálidos y bien cuidados, verdaderos palacios donde la vida florece esperanzada y bien regada de amor y sonrisas. La adopción es, así, una manifestación de cuan bueno puede ser el hombre cuando se lo propone...

Para finalizar esta nota, y con relación en este momento al tema del aborto, sólo me limitaré a tratar la aseveración en el sentido que el embrión in vitro no es persona, lo que en definitiva depende del grado de desarrollo que alcance.

Cierto es que existe en la filosofía perenne un principio a tenor del cual de lo inferior no puede derivar lo superior, lo que es correcto siempre y cuando en lo primero no esté ya contenido lo segundo; y ocurriendo que en el embrión (uno solo de cuyos cromosomas tiene una memoria de treinta millones de datos hereditarios) existe ya todo lo que puede alcanzar el ser, es inadmisible aseverar que en el mismo la personalidad se va alcanzando progresivamente.

Y permítaseme a esta altura un corto ladeo para evitar cualquier equívoco sobre lo que consigno en el párrafo precedente y mi creencia religiosa: en abril de 1985, la Universidad de Munich organizó en Roma un Simposio internacional sobre "La fe cristiana y la teoría de la evolución". El Papa Juan Pablo II, en la alocución que dirigió a los participantes, dijo que "el debate en torno al modelo explicativo de evolución no encuentra obstáculos en la fe, con tal que la discusión permanezca en el contexto del método naturalista y de sus posibilidades". Después de recoger textualmente el pasaje donde Pío XII, en la encíclica "Humani generis" de 1950, afirmaba la compatibilidad del cristianismo con el origen del cuerpo humano a partir de otros vivientes, prosiguió con estas palabras: "no se crean obstáculos a partir de una fe rectamente comprendida en la creación o de una enseñanza, correctamente entendida, del evolucionismo: la evolución, en efecto, presupone la creación; la creación, en el contexto de la evolución, se plantea como un acontecimiento que se extiende en el tiempo como una creación continua, en la cual Dios se hace visible a los ojos del creyente como Creador del Cielo y de la Tierra". Y en un mensaje dirigido a la Academia Pontificia de las Ciencias el 22 de octubre de 1996, Juan Pablo II afirmó que la teoría de la evolución es hoy día algo más que una hipótesis, y añadió que una interpretación filosófica de la evolución que no deje lugar para las dimensiones espirituales de la persona humana chocaría con la verdad acerca de la persona y sería incapaz de proporcionar el fundamento de su dignidad.

Luego de la aclaración que antecede, concluyo adhiriendo a quienes se oponen a la manipulación del ser humano y a disponer de él, no implicando esto tratar de frenar la legítima libertad de la ciencia o las posibilidades de la técnica, sino de defender, entre otras cosas, la vida y la dignidad de la persona, que es lo que está en juego, cumpliendo la obligación de responsabilizarnos de que esas fronteras sean percibidas y reconocidas como infranqueables.

 

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