Gustavo Gorriti |
Por:
Gustavo Gorriti IDEELE REPORTEROS
Reproducción
de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2266 de la revista
‘Caretas’.
En las
grandes novelas distópicas del siglo pasado, el absurdo es la normalidad. Su
impacto fue grande porque no desarrollaron alucinaciones sino parábolas que
aguzaron la percepción de los enormes peligros que acechaban en la realidad.
Narrativas apasionantes, de horizontes oscuros, donde hasta el humor tiene un
giro siniestro.
En la
parte inicial de este siglo, la sombra totalitaria y el peligro de destrucción
termonuclear parecen haberse disipado. Las nuevas amenazas, desde el rebrote de
los integrismos religiosos hasta el calentamiento global, lucen menos
inminentes. A menos de 15 años del Y2K, distopías como “Nosotros”, de Zamyatin;
“La guerra contra las salamandras”, de Capek; “Un mundo feliz” (‘Brave New
World’) de Huxley; o “1984” de Orwell, pertenecen integralmente al siglo
XX.
Hasta una
novela como “La carretera” (The Road) de Cormack McCarthy, publicada el
2006, pareciera, con su poderosa y sombría descripción de un mundo
post-apocalíptico, estar emparentada con las ansiedades del siglo pasado y no
con las de hoy.
En el
temprano siglo XXI, en la era (que espero no sea longeva) del lucro como motor
central de los asuntos humanos, las tragedias se arman en hojas de cálculo, las
palabras son productos cosméticos, la distopía, fragmentaria y cotidiana coexiste
con nosotros, y por eso una de las mejores maneras de informarse y entender el
mundo, sobre todo si se vive en Estados Unidos, es sintonizar el Canal de
Comedias para ver el Daily Show de Jon Stewart.
Especialmente
cuando informa sobre lo que pasa con el periodismo estadounidense.
Jon
Stewart ha logrado, signo de los tiempos, ser un comediante con los más altos
niveles de credibilidad como periodista. Su Daily Show es la versión
satírica de un noticiero, pero dado que el periodismo supuestamente serio de
Estados Unidos ha involucionado –salvo sus islas de integridad– en una mala
caricatura de sí mismo, la sátira inteligente y generalmente enterada de
Stewart no solo zahiere al mal periodismo sino que a través de la burla,
informa.
Jon
Stewart ha logrado, signo de los tiempos, ser un comediante con los más altos
niveles de credibilidad como periodista.
Aún así,
el programa de este lunes 14 fue, por lo menos para un periodista, memorable.
Bajo el título de “Investigando al periodismo de investigación”, el
corresponsal John Oliver se abocó a investigar qué ha pasado con el
departamento de investigación periodística de, nada menos, CNN.
El
reportaje empieza con Olivier afirmando aparentes obviedades: en el mundo post
11 de septiembre de 2001, es vitalmente importante para los estadounidenses
estar informados sobre lo que sucede más allá de sus fronteras. Eso, añade, es
lo que hace indispensable a periodistas como Kaj Larsen.
Larsen,
un ex comando naval estadounidense devenido periodista, ha realizado, cuenta
Olivier, una serie de osados reportajes en lugares de alto peligro y se
preparaba para investigar una nota en Guinea-Bissau, donde, según afirma
Larsen, todo el gobierno de ese país está “efectivamente controlado por
carteles de narcotraficantes sudamericanos”.
A
continuación se da la siguiente conversación:
OLIVIER (voice
over): Y podemos esperar ver este reportaje muy pronto en CNN…
LARSEN:
Ya no trabajo más en CNN… CNN eliminó toda su unidad de investigación.
OLIVIER:
¡¿Qué?!
LARSEN:
Sí, eliminaron el departamento en el que trabajaba haciendo reportajes
internacionales.
OLIVIER:
… CNN, el líder mundial en noticias, ha eliminado su departamento de
investigación noticiosa…?
LARSEN:
Sí.
OLIVIER:
… eh… un segundo… estoy tratando de asimilarlo … está tomando un ratito,
dejándolo bajar… … ¡¡Pu(Blip, blip)dre!!
En la
siguiente escena, Olivier entrevista a uno de los ‘expertos’ televisivos en
asuntos mediáticos, Brad Adgate, y le pregunta cómo diablos pudo suceder que
CNN haya buscado rebajarse a los bajos estándares de sus competidores (Fox
News, por ejemplo).
ADGATE:
Lamento decirlo, pero el periodismo de investigación está de salida… no es
lucrativo.
Olivier
le pregunta si, por ejemplo, no le parece interesante que se conozca la investigación
sobre Guinea Bissau.
ADGATE:
Sí, pero, sabes, hay una serie de buenas historias por ahí, que nunca
conoceremos.
OLIVIER:
Sí, nunca las conoceremos… porque personas como tú dicen que no son lucrativas.
ADGATE:
Exactamente … esos días de viajar por el mundo para investigar ya pasaron, son
demasiado costosos.
Sin duda,
dice Olivier, gastar miles de dólares en corresponsalía investigativa es
demasiado, sobre todo cuando se está gastando esos miles de dólares (y algo
más) en “vitales herramientas periodísticas” como los hologramas
televisivos de periodistas que, encima de todo, están presentes.
Así que
los hologramas han botado al desempleo a los periodistas de investigación. Sin
embargo, hay buenas noticias, le dice Larsen a Olivier: “Estoy trabajando en
un sitio fantástico, en la sala de redacción”.
OLIVIER:
¿Cuál Sala de Redacción (Newsroom)?
LARSEN: El
Newsroom, la serie de HBO sobre la industria noticiosa. Les sugiero ideas
sobre investigaciones periodísticas y ellos toman esas ideas del mundo real y
las inyectan en el argumento de la serie.
¡No, no,
no! se lamenta retóricamente Olivier. ¡Díganme, por favor, que la única Sala de
Redacción dispuesta a contratar a Kaj Larsen no es ficticia!
Pero es
la única.
“No te
preocupes, Estados Unidos”
finaliza Olivier, “en el mundo ficticio, el periodismo de investigación está
vivo y saludable; es solo en el mundo real donde está completamente ca(Blip)do..”.
En la
imagen de fondo, un presentador de CNN entrevista a un holograma.
Hay una
pequeña corrección que hacerle a Olivier, sin embargo. No solo las salas
ficticias de redacción han recogido a los periodistas (de investigación y en
general) que la imbécil y cruda interpretación corporativa del ‘mercado’ echó a
la calle, sino que nuevos tipos de publicación, especialmente las salas de
redacción sin fines de lucro… o las pymes periodísticas, han tomado la
tarea de evitar la muerte del periodismo investigativo y la degeneración de la
democracia que supondría una sociedad sin una prensa libre y fiscalizadora. Los
resultados han sido buenos y, en algunos casos, incluso espectaculares. Pero
los nuevos modelos empresariales que los sustentan son aún precarios y no
sostenibles en el largo plazo.
Las
dinámicas corporativas, antes que el impacto de las nuevas tecnologías,
asolaron el periodismo y lo reemplazaron por una parodia, a veces siniestra, de
sí mismo. Desde Rupert Murdoch hasta los noticieros que perpetran la mayor
parte de las televisoras nacionales, es difícil no pensar que se asiste a la
ejecución de un programa de guerra psicológica para idiotizar a la gente a
través del más cínico amarillaje.
En el
caso peruano, ver buena parte de los noticieros resulta el equivalente de
asistir a una orgía diaria de comida chatarra, con las grasas más tóxicas y
adictivas, en las que los genocidios de neuronas populares se traducen en las
ganancias que mantienen ese círculo vicioso.
En el
caso de Murdoch pudo verse hasta dónde llegó el abuso degenerado de los
mecanismos de investigación periodística al servicio de un amarillaje
delictivo. La indignación de la gente (entre la cual la de escritores como J.K.
Rowlings) no ha servido hasta ahora para llevar al debate intenso del que
emerjan soluciones que fortalezcan la libertad de prensa y limiten el
lumpenperiodismo.
Pero por
lo pronto, cuando se trate de informarse bien, ya saben, con un poco de inglés,
que hay una buena alternativa: la sátira informativa de Jon Stewart en el Comedy
Channel.
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