Por: - Jorge Pereyra (cajamarquino).
Antes de que llegara la minería, Cajamarca era una
grácil y bella señorita recostada sobre el verde ropaje de un paisaje único, en
el que el campo y la ciudad mantenían un equilibrio casi perfecto. Hoy en día,
es una gorda prostituta envilecida por el dinero yanacochino.
Pero es mi ciudad y la amo. Aquí nací y aquí se
enterrarán mis restos y mis recuerdos más queridos. Esta ciudad era mía y ahora
me es ajena, extraña y he dejado de entenderla.
Para que Cajamarca vuelva a ser lo que pudo ser,
tendrá que morirse como ciudad y renacer de nuevo como el ave Fénix. Es
preciso, asimismo, que abandone el quimérico sueño del “progreso” que
supuestamente le ha traído la minería contaminante e irresponsable.
Qué verde y extenso era mi valle. Pero, ahora, el
dinero de los ejecutivos e “ingenierazos” mineros foráneos ha devorado en gran
parte al antaño amplísimo valle. Sus casas, cual lujosísimos bunkers, pululan
por toda la verde planicie cajamarquina como estrafalarios hongos de concreto y
cristal que miran con desprecio a las indolentes vacas filosofales que pastan
cerca.
Los campesinos de las partes altas, que fueron
obligados a vender sus tierras a 100 soles la hectárea, también se han
establecido en la campiña mutilándola y construyendo casas de ladrillo mucho
más modestas con su respectiva mototaxi al lado.
La población de Cajamarca, que se cuadriplicó desde
los primeros años de la década del 90, es quizás la aglomeración más caótica
y desorganizada que existe en el país. Atraídos por el cuento del “paraíso
yanacochino” y del empleo masivo, miles de gambusinos, trabajadores foráneos,
delincuentes, prostitutas y pobladores rurales se establecieron de manera
acelerada en la periferia de la ciudad para ruralizarla y propiciar el colapso
de los servicios de agua y desagüe, luz, recojo de basura, seguridad ciudadana,
etc.
Estos nuevos habitantes no creen en reglas porque
las autoridades no han podido o no han sabido imponerse sobre aquellos que no
creen en las reglas. Cada uno hace lo que quiere y como lo quiere. Es una
enorme partitura desafinada y cacofónica para cantarle a la viveza criolla, la
ley de la selva y al pisoteo de las normas.
El tránsito caótico, informal e infernal es también
otra de las 7 plagas de Cajamarca. Por las calles de la ciudad circulan más
vehículos que peatones. Es imposible transitar, como antaño, por las
veredas ocupadas ahora por ambulantes y montículos de materiales de
construcción. Y tenemos la absurda distinción de pagar tarifas de taxis y
mototaxis que son las más caras del país, como si viviéramos en un sultanato
petrolero.
No existen construcciones, por parte del gobierno,
de viviendas multifamiliares para los sectores populares porque el valor de los
terrenos es astronómico y prohibitivo. Por ello, el alquiler de casas y
departamentos es el más estratosférico y caro del Perú. Y la razón de
ello, además, es porque Yanacocha utilizó a la ciudad de Cajamarca como un
enorme hotel para no construir su campamento y ahorrarse de este modo esta
inversión.
El ladrillo sin revestir, burdo y tosco, exhibe su
insolente omnipresencia por toda la ciudad. En tanto que el señorial y
centenario adobe de las antiguas casas solariegas se bate en silenciosa
retirada. Cajamarca es pues, en la actualidad, un difuso proyecto de ciudad,
una urbe a medio construir, y una chimbotizada imagen de la huachafería
y el mal gusto. (chimbotizada es la expresión denigrante de cómo el puerto de
Chimbote es un conglomerado fusiforme y caótico.
Hemos permitido que conviertan a nuestra señorita
Cajamarca en una vieja desdentada y fea. En un grosero monumento a los edificios sin alma,
a las hacinadas calles de Calcuta, a las más de cien casas de putería
denominadas eufemísticamente “centros nocturnos”, a los “voladizos” para
robar espacio público, a las azoteas desde donde nos agreden las canaletas con
sus chorros de agua como si fueran cañones de acorazados, a las tapas del
desagüe que se las roban para fundirlas, etc.
EL QUE DICE LA VERDAD NO MIENTE NI OFENDE. Y yo tengo suficiente
testosterona para gritar a voz en cuello que no me gusta ni acepto lo que han
hecho con mi ciudad.
¡Señores de Yanacocha, devuélvanme mi ciudad!
Son 20 años de cambios bruscos, rápidos y
desafortunados. Y, por ello, tenemos ahora una ciudad ingobernable,
urbanísticamente trastornada, con servicios colapsados y una inseguridad
ciudadana que asusta.
Esta es la Cajamarca que tenemos. Ya no existe la
imagen romántica del cajamarquino de antaño. Somos extranjeros en nuestra
propia tierra. Yo vine del extranjero para vivir y ser profeta en mi tierra,
pero he notado que algunos han convertido a Cajamarca en amorosa madre de los
foráneos y madrastra de sus propios hijos.
Cajamarca solía ser una verde belleza horizontal
que empalagaba nuestra visión, con su cielo azul cobalto y sus blanquísimas
nubes que engordaban el aire y pasaban lentas como si fueran un disciplinado
rebaño de ovejas.
En esta idílica contemplación destacaba el sosegado
tañido de sus campanas, la paz de sus calles, la perfección de sus cultivos, el
dulce olor del capulí, la acaramelada resina del eucalipto, la tierra húmeda y
olfativa, el bucólico mugido de las vacas, la luz intensa y juguetona del sol,
el alegre color de las retamas y, sobretodo, la nirvánica quietud que
nos infundía el manso paisaje.
Algún
día, ella volverá a ser el verde telar en el que dormía, envuelta en sus glaucos
tocuyos, la más hermosa doncella del harem de un celoso curaca caxamalca.
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